Agencias, Ciudad de México.- La teoría de la evolución de Charles Darwin. Stephen Hawking sobre el Big Bang. Millones de estudiantes por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam.

Fueron provocadores en su época, productos de un ideal que considera a las universidades espacios sacrosantos para el debate, la innovación e incluso la revolución. Pero el ataque mortal de Hamás contra Israel el 7 de octubre y la guerra resultante en Gaza ponen a prueba esa percepción, cuando la ira por la campaña militar brutal choca en Estados Unidos con la política del año electoral y las preocupaciones sobre el antisemitismo en lugares donde se supone que impere la libertad de expresión.

“Cuando hay gran deseo de aprender, por necesidad habrá también mucha discusión, mucha escritura, muchos criterios; porque el criterio en el hombre bueno no es sino saber en formación”, escribió el poeta John Milton, exalumno de la Universidad de Cambridge, en su tratado de 1644 contra la censura en las publicaciones. “Dadme la libertad de saber, hablar y discutir libremente de acuerdo con mi conciencia, sobre todas las libertades”.

Ese elevado principio ha chocado con la cruda realidad de la guerra entre Israel y Hamás. Los milicianos de Hamás que cruzaron la frontera mataron a unas 1,200 personas y tomaron como rehenes a unas 250. La campaña de Israel para erradicar a Hamás ha matado a más de 35,000 personas en Gaza, según el Ministerio de Salud local, y ha dejado a millones al borde de la hambruna.

Los directivos de algunos campus han llamado a la policía local para disolver las protestas de los manifestantes propalestinos que exigen que sus escuelas retiren sus inversiones de empresas que se benefician con la guerra de Israel en manifestaciones que, según los aliados de Israel, son antisemitas y hacen que los campus sean inseguros. Desde la Universidad de Columbia, en Nueva York, hasta la Universidad de California, en Los Ángeles, miles de estudiantes y profesores han sido arrestados en el último mes.

“Columbia”, decía un cartel colocado allí después de los arrestos del 30 de abril del 2024, “protege a tus estudiantes (los policías no nos protegen a nosotros)”.

Históricamente, se supone que las universidades se gobiernan —y mantienen el orden— a sí mismas a cambio de su estatus como “una especie de terreno sagrado secular”, dijo John Thelin, profesor emérito de la Facultad de Educación de la Universidad de Kentucky e historiador en educación superior.

“Uno tiene que pensar en una escuela superior o una universidad estadounidense como una ‘ciudad-Estado’ en la que sus protecciones legales y muros incluyen el campus —los terrenos, los edificios, las estructuras y las instalaciones— como legalmente protegidos, junto con los derechos de una universidad de conferir títulos”, añadió en un correo electrónico. Llamar a la policía, como hicieron los directivos en Columbia, Dartmouth, UCLA y otras escuelas, representa la “desintegración tanto de los derechos como de las responsabilidades dentro del campus como una institución académica y comunidad acreditada”, puntualizó.

Las medidas represivas reviven recuerdos de las protestas encabezadas por estudiantes durante el movimiento estadounidense por los derechos civiles, la guerra de Vietnam y las manifestaciones a favor de la democracia en la Plaza de Tiananmen, en Beijing.

El activismo estudiantil en la década de 1960 llevó a los funcionarios universitarios a llamar a las fuerzas del orden. Y el 4 de mayo de 1970, la Guardia Nacional abrió fuego contra estudiantes desarmados y mató a cuatro en la Universidad Estatal de Kent. Cuatro millones de estudiantes se declararon en huelga y cerraron temporalmente 900 escuelas superiores y universidades. Fue un momento decisivo para una nación profundamente dividida por la guerra de Vietnam, en la que murieron más de 58,000 estadounidenses.

Medio siglo después, el conflicto entre Israel y Hamás ha encendido otra mecha, con afirmaciones de que “agitadores externos” se han infiltrado en las protestas para avivar las tensiones.

“La escala, la ferocidad, el corto período de tiempo transcurrido desde los ataques de Hamás, las demandas irreconciliables de los actuales manifestantes enfrentados y su violencia esporádica, han puesto a prueba a los líderes universitarios sobre cómo responder”, dijo John A. Douglass, investigador sénior y profesor de políticas públicas y educación superior en la Universidad de California, en Berkeley.

La mayoría de las escuelas superiores y universidades más importantes tienen sus propios departamentos de policía, “pero llamar y solicitar ayuda a las agencias de policía comunitarios locales con equipo antidisturbios, y no pedirles únicamente que dispersaran los campamentos, sino que protegieran a los manifestantes rivales unos de otros, es un fenómeno relativamente nuevo”, agregó.

El domingo, docenas de alumnos graduados de la Universidad George Washington se salieron de las ceremonias de graduación, interrumpiendo el discurso de la presidenta universitaria Ellen Granberg, en protesta por el asedio de Gaza y el retiro la semana pasada de un campamento de manifestantes en un campus en el que la policía utilizó gas lacrimógeno y hubo docenas de arrestos.

La ceremonia, en la base del Monumento a Washington, comenzó pacíficamente con menos de 100 manifestantes que protestaban al otro lado de la calle frente al Museo de Historia y Cultura de los Afroestadounidenses. Pero cuando Granberg empezó a hablar, al menos 70 alumnos graduados comenzaron a corear consignas y a alzar letreros y banderas palestinas. Luego los estudiantes se fueron ruidosamente mientras Granberg hablaba y cruzaron la calle, siendo recibidos entre vítores por los manifestantes.

Estudiantes y otras personas han establecido campamentos en diversas universidades de Estados Unidos para protestar por la guerra entre Israel y Hamás, presionando a las universidades a suspender sus vínculos financieros con Israel. Las tensiones por la guerra han estado muy elevadas en los campus del país desde fines del año pasado, pero las actuales manifestaciones se propagaron rápidamente tras una redada policial el 18 de abril en una acampada en la Universidad de Columbia.

¿QUÉ SE PIERDE CUANDO SE LLAMA A LA POLICÍA?

Cientos de manifestantes que marchaban cerca del Capitolio corearon consignas en pro de los palestinos y criticaron a los gobiernos de Israel y Estados Unidos al conmemorar el dolor del presente —la guerra en Gaza— y del pasado: el éxodo de unos 700,000 palestinos que huyeron o fueron expulsados de lo que ahora es Israel, cuando se creó ese Estado en 1948.

“La confianza entre la universidad y partes significativas de su comunidad más importante: sus estudiantes”, dijo Anna von der Goltz, profesora de historia en la Universidad de Georgetown. El costo, añadió, también incluye potencialmente la credibilidad de la universidad “como comunidad que es capaz de establecer sus propias reglas y abordar eficazmente las violaciones de esas reglas”.

La ola de protestas propalestinas en las universidades estadounidenses se inspiró en las manifestaciones en Columbia que comenzaron el 17 de abril.

Mientras los manifestantes instalaban su campamento ese día, Minouche Shafik, presidenta de la universidad, fue citada para ser interrogada ante el Congreso, donde los republicanos la acusaron de no hacer lo suficiente para combatir el antisemitismo en el campus de la escuela en Manhattan. Al día siguiente, los funcionarios universitarios llamaron a la policía de la ciudad de Nueva York, que arrestó a más de 100 manifestantes, entre ellos, la hija de la legisladora demócrata Ilhan Omar, quien interrogó a Shafik en Washington.

Escenas similares se desarrollaron en todo el país: la Universidad del Sur de California canceló su principal ceremonia de graduación después de prohibirle a su estudiante con las mejores calificaciones, quien es musulmana, pronunciar su discurso. La policía arrestó a cientos de manifestantes en la Universidad de Nueva York y de Yale. En el Dartmouth College de Hanover, Nuevo Hampshire, la presidenta Sian Leah Beilock llamó a la policía para desmantelar un campamento propalestino apenas unas horas después de que fuera instalado.

Inspirados por las protestas en Estados Unidos, a principios de este mes surgieron campamentos propalestinos en Reino Unido y otros lugares de Europa, y los directivos allí enfrentaron la misma pregunta: ¿Permitirlos o intervenir?

En la Universidad de Cambridge, idilio de Darwin y Hawking, un campamento de unas 40 tiendas frente a las torres góticas del King’s College se veía disciplinado y ordenado después de tres noches, con un horario publicado que incluía comidas, entrenamiento, elaboración tradicional palestina de cometas y estricta disciplina de mensajes mientras los transeúntes se detenían para hablar bajo un sol poco común.

La manifestante de Cambridge, Jana Aljamal, de 22 años, estudiante palestina originaria de Jerusalén, dijo que no cree que los manifestantes estadounidenses quieran que la atención se centre en ellos mismos: “Lo que está ocurriendo en Gaza es más importante”.

“Tenemos nuestras propias directrices”, añadió sobre la protesta de Cambridge. “Para proteger la libertad de protesta, la libertad de expresión y la capacidad de tener estas conversaciones, la capacidad de tener una comunidad que nos respalde, la capacidad de generar acciones”.

La escena fue más tensa la semana pasada en varias universidades europeas, y la Universidad de Ámsterdam canceló clases después de que las manifestaciones propalestinas se volvieron destructivas. Pero las protestas aún no se han acercado a la intensidad de las manifestaciones en Estados Unidos.

¿Habrá una evaluación de cómo los directivos manejan las protestas por un conflicto sin fin a la vista? Von der Goltz dijo que las estrategias empleadas en escuelas como Rutgers y Brown, donde los directivos negociaron el fin de las protestas, serán objeto de escrutinio.

“¿Qué hicieron, quizás, que otros directivos no hicieron?”, escribió. “Espero que haya algún tipo de evaluación en Columbia, UCLA, etc., porque las cosas claramente han ido muy mal allí en múltiples niveles”.

Unos 400 manifestantes hicieron frente a las constantes lluvias para marchar en el National Mall en el 76º aniversario de lo que se conoce como la Nakba, una palabra árabe que significa catástrofe. En enero, miles de activistas propalestinos se reunieron en la capital estadounidense, en una de las protestas más numerosas en la memoria reciente.

Hubo llamados en apoyo a los derechos de los palestinos y de un fin inmediato a las operaciones militares de Israel en Gaza. “No habrá paz en tierras robadas”, y “acaben con los asesinatos, detengan los crímenes/Fuera Israel de Palestina”, coreaba la multitud.

Los manifestantes también expresaron su ira contra el presidente estadounidense Joe Biden, a quien acusaron de fingir preocupación por el número de muertos en Gaza.

“Biden Biden, ya verás/el genocidio es tu legado”, corearon. El presidente demócrata se encontraba en Atlanta el sábado.

Reem Lababdi, alumna de segundo año de la Universidad George Washington que dice que la policía la roció con gas lacrimógeno la semana pasada —cuando ésta irrumpió en una acampada de protesta en el campus—, reconoció que la lluvia pudo haber disuadido a muchas personas de asistir.

“Estoy orgullosa de cada una de las personas que asistieron en este clima para decir lo que piensan y mandar su mensaje”, señaló.

La conmemoración de este año estuvo azuzada por la ira por el asedio a Gaza. La guerra más reciente entre Israel y Hamás comenzó cuando el grupo armado y otros milicianos irrumpieron en el sur de Israel el 7 de octubre de 2023, matando a cerca de 1,200 personas y tomando como rehenes a otras 250. El grupo aún mantiene a unos 100 cautivos. Por su parte, el Ejército de Israel ha matado a más de 35,000 personas en Gaza, según el Ministerio de Salud gazatí, que no indica quiénes eran civiles y quiénes combatientes.

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