Agencias / InsurgentePress, Ciudad de México.- Difícilmente se podrá pensar en un jugador que represente tanto para su equipo que Tim Duncan. Desde su llegada como primera selección global en el Draft de 1997, la mayoría podía ver la grandeza del nacido en Islas Vírgenes, tanto así que su paso por la Universidad de Wake Forest le ganó calificaciones de fuera de serie y de que cuando llegara al profesionalismo él sería nada menos que una piedra angular en cualquier franquicia.
Es simple, Duncan era un centro, sin ser un centro, jugando como delantero de poder en una visible evolución de la posición y ese efecto tuvo salivando a los equipos de la lotería de 1997 todo el año, porque Duncan, se sabía, era un talento que se da cada 20 años y era capaz de cambiar cualquier franquicia a la que llegara. Por una vez, nadie se equivocó con él.
Y quienes ganaron la lotería fueron los Spurs de San Antonio, maltrecho equipo que a pesar de contar con una superestrella en David Robinson jamás había conseguido ser campeón de la NBA. Los Spurs tuvieron una marca de 20-62 en 1996-97, tras un año en que conquistaran 59 triunfos. La caída del equipo llevó a la remoción del coach Bob Hill y al nombramiento de su asistente, Gregg Popovich.
La nueva era comenzó para la franquicia cuando hicieron lo que cualquiera hubiera hecho y tomaron a Duncan como primera selección. Ese año de novato de Duncan los Spurs mostraron lo que serían las hechuras de un conjunto que iría desde el fondo hasta el máximo estándar NBA.
Con 56 triunfos cobijándolos y un tándem de Duncan-Robinson conocido como las Torres Gemelas (que aludía directamente a la dupla de Hakeem Olajuwon y Ralph Sampson de los Rockets de Houston en los ochenta), los Spurs sentaron las bases de su franquicia actual y naufragaron en las semifinales del Oeste a manos del Jazz de Utah que iba camino a su segunda Final consecutiva ante los Bulls de Chicago.
Y eso podría considerarse el comienzo de la era Duncan, la era pos Jordan, pues los Spurs se convertirían a la postre en el modelo de equipo que todos querrían imitar por decadas. Al siguiente año la huelga de jugadores amenazó la campaña NBA y al final se jugó una de 50 juegos, que vio a los Spurs deslizarse desde el primer día al primer lugar de la NBA y luego dar cuenta de los Knicks de Nueva York en cinco partidos.
El binomio Duncan-Popovich (imposible entender la historia del baloncesto desde ese entonces sin esa dupla) llevó al final a 18 campañas de 50 victorias o más a la franquicia texana, 17 de ellas en forma consecutiva, que incluyó cinco títulos de la NBA, aunque ninguno en forma consecutiva.
Duncan, con una serie memorable de 27.4 puntos, 14 rebotes y 2.4 bloqueos se convirtió en el MVP de las Finales, demostrando que tenía el liderazgo que Robinson nunca tuvo en los momentos cruciales e inaugurando una nueva potencia.
El dominio que estableció Spurs desde el final de la década de los noventas no tenía precedente en la NBA, porque además de ser un dominio de números era uno de estilo, solo disputado en el mismo periodo de tiempo por los Lakers de Los Ángeles de Shaquille O’Neal y Kobe Bryant.
Los Spurs tenían un dominio basado en estrategia y fundamentos. Duncan nunca fue la gran estrella anotadora (en sus primeros años estuvo cerca), pero era como un modelo que escapaba del reflector, con movimientos poco espectaculares, pero letales y efectivos. Duncan parecía en esos cinco títulos de Liga ser la epítome de lo anti excitante para un deporte.
Sus movimientos en el poste parecían diseñados para economizar energía. Deliberadamente, contrario a Kobe, evitaban el lucimiento, hasta darle un aspecto robótico a Timmy, un jugador famoso por recoger uno de sus dos trofeos de MVP de la NBA en bermudas y huaraches.
A Duncan no le importaba el reflector y esa misma cualidad admirada por coaches y compañeros llegó a ser aborrecida por los fans, jamás más claro que cuando Spurs barrió con LeBron James y los Cavaliers de Cleveland en cuatro juegos en las Finales de 1997, en medio de los ratings de audiencia televisiva más bajos de la historia de la NBA hasta ese entonces.
Tanto Duncan como Spurs constituyeron una revelación para los puristas del baloncesto, con esquemas que equipos como los modernos Warriors de Golden State copiaron al carbón, pero era una revolución tan sobria como Tim y su aspecto taciturno y su hablar económico.
Es posible que la evolución presente en este deporte, el triple esquinero, el small ball, se deba al aporte de esta franquicia y al esfuerzo y estilos personales de Tim Duncan y Gregg Popovich.
Pero luego de su último campeonato en 2014, en donde los Spurs coronaron con su opus magnus una campaña de 62-20 en ruta a la venganza contra el Heat de Miami, (que una temporada antes les habían roto la espina dorsal por medio de un triple de Ray Allen que aún les sigue doliendo), los estragos del padre tiempo por fin alcanzaron al robótico Duncan.
Todavía el Big Fundamental cargó a su equipo en los playoffs de 2015, intentando adaptarse al presente por medio de su nueva estrella Kawhi Leonard, quien tomaba el peso pesado, pero eran los últimos cartuchos de Tim y era obvio.
En medio de las campañas en que menos partidos jugó en toda su carrera, 61, en 2015-16, Duncan dio indicios de que era el fin. De hecho, se rumora que solo había participado en el anterior ciclo, porque los Spurs firmaron a LaMarcus Aldridge, el delantero más cotizado (hecho al molde de jugador que Duncan fue en su llegada a la NBA, por cierto), y que la intención de Tim era prepararlo para continuar el legado de la franquicia con que pasó toda su carrera. Tal vez consiguió su última misión, se sabrá en años.
Pero el final fue cruel, Tim no se fue por la puerta grande. Luego de colocar la mejor campaña de su historia con 67-15, San Antonio no pudo con el atleticismo de los Thunder de Oklahoma City, que los desaparecieron en las pasadas semifinales de Conferencia Oeste en seis juegos.
En la misma serie, Popovich notó que Duncan ya no podría con los súper atletas de OKC, y con gran dolor mandó a Tim a la banca, donde presenció el final de una era. Su corazón estaba allí, pero ya no las piernas, ni los reflejos que destruyeron tantas veces a las creídas estrellas NBA con puros movimientos elementales aplicados con la frialdad y precisión de un cirujano.
Al final de la serie con OKC, la mayoría de los jugadores de ese equipo se acercó a Tim. No solo era el final del camino, casi todos en la Arena intuían que el viejo y callado asesino de siempre se había ido. Duncan abrazó a Kevin Durant y luego a todos aquellos que vinieron a él, en ese abrazo transfería un poco de la grandeza que lo hizo.
Y mientras Kobe había dedicado todo un año a despedirse y recibir las muestras de afecto de los aficionados NBA, Duncan, en el que se auguraba sería su último rodeo, simplemente había hecho lo que toda su vida hizo: aborrecer los fuegos artificiales.
Tim Duncan con esa humildad dijo hasta hoy que era el momento de marchar, de marchar al Salón de la Fama, de marchar a la eternidad del deporte que cambió para siempre.
El sol seguirá brillando. Un sincero homenaje a Tim Duncan, por @PitiHurtado. #dormiresdecobardeshttps://t.co/d9ZnCwZp1W
— NBA en Movistar+ (@MovistarNBA) July 11, 2016