Agencias/ Ciudad de México.- En 2017, el expresidente Donald Trump declaró la emergencia médica en su país ante la epidemia de opiáceos que lleva cobrándose víctimas desde 1996 en Estados Unidos. Una realidad que se ha saldado con medio millón de muertes por sobredosis en este siglo y que ahora HBO expone a través de un documental.

Dividido en dos capítulos de dos horas cada uno, “El crimen del siglo” señala con lujo de detalles la culpabilidad directa de la industria farmacéutica y el engranaje político que habría permitido una comercialización imprudente.

Si bien existen otras series y documentales que hablan de la crisis sanitaria y económica que ha supuesto el abuso de opiáceos sintéticos -como El negocio de los estupefacientes en Netflix- pocas logran provocar la indignación que contagia El crimen del siglo.

El crimen del siglo es una serie documental dirigida por un experto en exponer verdades polémicas y sin tapujos como Alex Gibney, ganador del Óscar por Taxi to the dark side -un documental de 2007 que detallaba las prácticas de interrogación y tortura de EEUU, durante la guerra en Afganistán-, y director del exposé a la Iglesia de la Cienciología con Going Clear: Scientology & the Prison of Belief, o el retrato de uno de los mayores escándalos financieros en Enron: los tipos que estafaron a América. En esta ocasión, el cineasta se alía con reporteros de investigación de The Washington Post para lanzar una acusación directa, y con pruebas, contra la poderosa industria farmacéutica y el negocio de los opiáceos.

Y digo negocio porque, tal y como muestra la serie documental, la crisis de la adicción a los opiáceos sería consecuencia de una agresiva campaña de publicidad y ventas que llegó a cambiar la percepción del dolor dentro de la propia medicina.

La primera parte de la serie se centra en exponer los orígenes de la crisis con la llegada de OxyContin a las farmacias, un opioide formulado por Purdue Pharma y comercializado en 1996 a través de publicidades, discursos de venta y seminarios destinados a convencer a médicos y público de su eficacia contra el dolor. Se comercializaba sin límite de dosis y, como describen varios testimonios, haciendo la vista gorda a la potencial adicción que podía generar.

A lo largo del documental descubrimos el lenguaje que circulaba por la comunidad médica, entre doctores alertados por el incremento de muertes por sobredosis y otros que transmitían el mensaje de las compañías farmacéuticas de que el problema no era la droga, sino el adicto. Oímos el testimonio de especialistas, exempleados de Purdue Pharma, investigadores y médicos en ambos lados del espectro, descubriendo un negocio irresponsable que no habría cuidado a los pacientes sino a las arcas millonarias que OxyContin estaba generando.

Si bien Purdue Pharma se encuentra haciendo frente a millones de dólares en indemnizaciones desde hace varios años, El crimen del siglo demuestra de forma arrolladora la pieza clave que tuvieron la droga y la empresa en la crisis de opiáceos que sacude a EE.UU. así como la industria en general con el desarrollo de otras drogas similares. La ausencia de límites en las dosis y la retórica de que un buen médico debería combatir el dolor del paciente, sirvieron de base para crear una maquinaria de oferta y demanda para el beneficio de la industria farmacéutica.

Sin embargo, el documental lleva su análisis aún más lejos al exponer la codicia y el favoritismo político, hirviendo la sangre de nuestra conciencia en el camino.

En la primera parte vemos cómo Purdue Pharma trabajó con la Administración de Medicamentos y Alimentos para obtener una aprobación que permitiera vender los analgésicos para un uso más amplio, cambiando así la definición del dolor y su tratamiento. En un momento del documental somos testigos del mensaje oficial que se aprobó para su comercialización, y que podría haber sido clave a la hora de dar el pistoletazo de salida a la epidemia de las adicciones, al decir que la absorción atrasada que proveía OxyContin “se cree que reduce el riesgo de abuso de la droga”. Una frase que solo habría promovido el consumo sin límites.

Vemos las publicidades engañosas de la empresa, la ingenuidad médica pero también la codicia de muchos que consiguieron beneficios a través de la venta de OxyContin. Descubrimos la información y documentos que demuestran que Purdue Pharma conocía que la droga estaba provocando una crisis adictiva en la población desde 1998, sin reconocerla públicamente a tiempo y desarrollando lo que el documental califica como “el crimen del siglo”: que OxyContin, su prescripción sin límites y la redefinición de combatir el dolor a toda costa abrió el camino a una vía de adicciones a otras drogas más accesibles, económicas o de circulación ilegal más letales todavía.

Y en la segunda parte somos testigos de testimonios, documentos y datos que dejan entrever la posible implicación de funcionarios electos que favorecieron a las farmacéuticas en debates del Senado. Y lo hace al exponer los cientos de miles de dólares que cada uno habría recibido por parte de Purdue Pharma para sus campañas, así como la historia de Insys Therapeutics, un advenedizo fabricante de opioides de fentanilo que habría sobornado a los médicos para que prescribieran en exceso.

El crimen del siglo es una serie documental plagada de información que pide de nuestra atención absoluta, pero que no busca el escándalo a través del sensacionalismo documental, sino que logra atravesar nuestra conciencia gracias a una investigación detallada, decenas de testimonios y pruebas físicas.

Para el que esté interesado en la temática le recomiendo hacer una sesión doble con el true crime de Netflix, El farmacéutico. Aquella serie documental estrenada en 2020 relataba la investigación de un padre coraje que terminó siendo clave en una investigación de la DEA y que precisamente luchó contra esta misma epidemia. Ambos relatos se complementan a la perfección, uno con datos detallados desde el ángulo más informativo y el otro con la lucha humana de un único héroe de la calle.

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