Agencias/Ciudad de México.- El fin de semana, tras un intenso cruce de misiles entre Israely el grupo Hezbolá, el dirigente egipcio Abdelfatah Al-Sisi habló con uno de los principales generales estadounidenses, advirtiéndole del peligro de una nueva escalada del conflicto de Gaza.

En los dos últimos años, los gobiernos de Argelia, Túnez, Libia y Marruecos “han sabido aprovechar hábilmente las vetas de varias crisis mundiales, como las guerras, la migración y el aumento del populismo en Europa, para reavivar sus tambaleantes gobiernos”, escribieron en julio en un artícuo Alia Brahimi y Karim Mezran, investigadores del think tank Atlantic Council.

La comunidad internacional debe “realizar todos los esfuerzos e intensificar las presiones para rebajar la tensión y detener el estado de escalada que amenaza la seguridad y la estabilidad de toda la región”, declaró Al-Sisi, según un comunicado publicado por su oficina tras la visita del general estadounidense Charles Quinton Brown.

Junto con estadounidenses y qataríes, los egipcios forman parte del equipo de mediadores que intentan negociar un alto el fuego en la Franja de Gaza, donde se desarrolla una campaña militar israelí desde los ataques del 7 de octubre del grupo militante Hamás.

Estas palabras tan de estadista ayudan a Al-Sisi a pulir su imagen, afirma Hossam el-Hamalavy, investigador y activista egipcio que ahora vive en Alemania y escribe un boletín periódico sobre política egipcia. “Y la guerra de Gaza ha contribuido básicamente a consolidar aún más su régimen”, declaró el-Hamalavy a DW.

Durante los casi 11 meses que ha durado el conflicto de Gaza, la idea de que Egipto, el país más poblado de Oriente Medio, con unos 111 millones de habitantes, es “demasiado grande para quebrar” se ha vuelto más convincente.

Los combates han supuesto la paralización de importantes fuentes de ingresos para Egipto, como el turismo y el transporte marítimo a través del Canal de Suez. Esto ha agravado la crisis económica, considerada en general el resultado de años de mala gestión financiera por parte de Al-Sisi.

“Así que los europeos, los estadounidenses, el Fondo Monetario Internacionaly otras potencias internacionales se están apresurando básicamente a rescatar a Egipto”, argumenta el-Hamalawy, refiriéndose a varios préstamos y acuerdos de inversión recientes por valor de más de 50,000 millones de dólares estadounidenses que han contribuido a evitar el hundimiento de la moneda egipcia.

“Al-Sisi acude a Occidente y dice: ‘lucho contra el terrorismo, soy esencial para la estabilidad regional’. Pero al mismo tiempo reprime a la disidencia interna”, continúa el-Hamalawy. “Es sencillamente un hipócrita.”

Los investigadores se fijaron sobre todo en las repercusiones de la guerra de Ucrania y en el auge de los partidos de extrema derecha en Europa, que han dado prioridad a las políticas migratorias sobre los derechos humanos. Pero el conflicto de Gaza también ha tenido su efecto. Ha permitido a Argelia utilizar su puesto temporal en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para “mostrar sus credenciales nacionalistas árabes, así como su posición anticolonial histórica y de principios”, dijeron Brahimi y Mezran. Al mismo tiempo, se están endureciendo las penas contra los activistas argelinos prodemocracia y se están prohibiendo las organizaciones de derechos humanos en el país, añadieron.

A pesar de los beneficios que algunos regímenes autoritarios pueden haber obtenido como resultado del conflicto de Gaza, también se señala a menudo que la cuestión puede ser un arma de doble filo. La causa palestina está cerca de los corazones de la mayoría de los ciudadanos de Oriente Medio, aunque no vivan en democracias.

Para algunos países, esto se traduce ahora en un difícil acto de equilibrismo. No han faltado acusaciones por parte de los ciudadanos de que, a pesar de defender la causa palestina de palabra, la mayoría de los dirigentes árabes no han hecho lo suficiente para lograr un alto el fuego.

Marc Lynch, profesor de Ciencias Políticas y Asuntos Internacionales de la Universidad George Washington, no cree que las cosas puedan seguir así.

Los dirigentes árabes “se encuentran entre los practicantes de realpolitik más experimentados del mundo, y tienen un historial de ignorar las preferencias de su pueblo”, escribió en la revista Foreign Affairs en abril. “A menudo disfrazan incluso las maniobras más descaradamente cínicas como si sirvieran a los intereses de los palestinos o defendieran el honor árabe”.

Pero puede que pronto descubran que los inconvenientes del conflicto en Gaza superan cualquier ventaja, argumenta Lynch. “Mantenerse en el poder significa no sólo impedir las protestas masivas que obviamente amenazan al régimen, sino también estar atento a las posibles fuentes de descontento”, escribió. “Con casi todos los países árabes fuera del Golfo sufriendo problemas económicos extremos, y ejerciendo en consecuencia la máxima represión, los regímenes tienen que ser aún más cuidadosos a la hora de responder a cuestiones como el conflicto palestino-israelí.”

Algunas de las protestas de Egipto fueron claramente promovidas por las autoridades, dijeron los observadores, señalando que los manifestantes fueron transportados en autobuses y corearon consignas en apoyo de Al Sisi y de Palestina. Pero otras fueron más espontáneas y algunas se descontrolaron.

En un momento dado, algunos manifestantes se dirigieron a la Plaza Tahrir, el centro simbólico de las protestas de 2011 en Egipto, enmarcadas en el movimiento prodemocracia bautizado entonces como “Primavera Árabe” y que acabaron derrocando al dictador egipcio Hosni Mubarak. Mientras estaban allí, los cánticos pasaron de referirse a los palestinos a repetir un estribillo habitual en 2011 y dirigido a las autoridades egipcias: “¡Pan, libertad, justicia social!”.

“La causa palestina siempre ha sido un factor de politización para la juventud egipcia a lo largo de generaciones”, explica Hossam el-Hamalawy, un investigador y activista egipcio que ahora vive en Alemania y escribe una ‘newsletter’, un boletín periódico sobre política egipcia.

“De hecho, para muchos activistas políticos egipcios –ya sean los que lideraron la revolución [de 2011] o estuvieron involucrados en protestas anteriores– su puerta de entrada a la política fue la causa palestina. El levantamiento de 2011 en Egipto fue literalmente el clímax de un proceso que comenzó con la segunda intifada palestina una década antes”, recuerda.

Para evitar que alguna protesta propalestina más se convierta en una manifestación antigubernamental, las autoridades egipcias han reprimido aún más duramente a la disidencia, arrestando a más de cien personas y reforzando la seguridad en las plazas públicas, informa el-Hamalawy.

El egipcio no es el único régimen de la región que teme que la cuestión palestina –una cuestión con la que mucha gente corriente que vive en Oriente Medio simpatiza profundamente– pueda amenazar el statu quo político en sus respectivos países.

Los líderes de la región “siempre han visto la causa palestina como una forma para que la gente desahogue su ira”, explica Joost Hiltermann, jefe del programa para Medio Oriente y Norte de África del International Crisis Group, un grupo de expertos. “Pero es un arma de doble filo: cuando las circunstancias en un país son muy malas, las protestas bien podrían tomar un giro interno y convertirse en una crítica al régimen gobernante”.

Como resultado, los líderes autoritarios han tenido que “jugar a un juego muy delicado”, dice Hiltermann a DW, para no perder el control de las protestas, repetidas en varias capitales árabes, y al mismo tiempo decir lo que sus ciudadanos quieren oír.

El gobierno de Bahréin también ha prohibido las protestas desde 2011, pero permitió que se llevaran a cabo manifestaciones propalestinas durante el mes pasado. Estas fueron las más grandes desde las de la “Primavera Árabe” allí, y los informes de los medios dicen que algunos de los participantes portaban carteles que mostraban al rey de Bahréin tomado de la mano del líder israelí Benjamin Netanyahu y los antidisturbios acabaron dispersando la protesta.

En Túnez también ha habido grandes protestas propalestinas. Y el cada vez más autoritario gobernante tunecino, Kais Saied, ha hecho visiblemente equilibrios sobre la cuerda floja al abordar el tema. Ha utilizado la empatía de los tunecinos hacia los palestinos para sus propios fines y para intentar reforzar su propia popularidad.

Por eso tampoco se puede esperar mucho de las reuniones en Oriente Medio, como afirman los observadores de la región desde hace mucho tiempo.

Arabia Saudita celebró este sábado 11 de noviembre en Riad una cumbre conjunta de la Liga Árabe y la Organización de Cooperación Islámica, con la presenciaincluso del presidente iraní, Ebrahim Raisi, en su primer viaje a Arabia Saudita desde que las dos naciones rompieron sus relaciones hace siete años.

“Pero las reuniones no servirán de mucho”, afirma Joost Hiltermann a DW. “Los regímenes quieren asegurarse de que se vea que están haciendo algo, incluso aunque no estén haciendo mucho”.

Las autocracias de Medio Oriente pueden presionar a Estados Unidos para que trate de imponer límites a su socio israelí, y pueden amenazar con retirar a sus embajadores o incluso hacerlo, afirma Hiltermann. “Y quieren parecer más papistas que el Papa cuando se trata de la cuestión palestina, pero no romperán unas relaciones con Israel que son de interés nacional. Se trata de hablar de puertas afuera sobre la causa palestina, como les hemos visto hacer desde hace décadas”.

El-Hamalawy está de acuerdo: “Habrá las habituales declaraciones de condena, las habituales relaciones públicas. Pero no, no creo que nada sustancial vaya a salir de esto, y mucho menos que alguien declare la guerra”.

La situación “expone lo débiles que son los regímenes árabes, incluido Egipto; su incapacidad para influir en lo que está sucediendo, para proteger a los palestinos y para lograr un alto el fuego”, opina el-Hamalawy. “Y esto está provocando un descontento generalizado. Lo ves en todas las redes sociales: la gente está compartiendo con avidez noticias de Palestina, así como memes, caricaturas y chistes que ridiculizan a Al Sisi y a otros gobernantes árabes”.

Pero eso no significa que las protestas propalestinas se vayan a transformar en un nuevo movimiento prodemocracia, afirma. Al menos no de inmediato. “No estamos al borde de otro 2011 porque hay una diferencia sustancial entre los disidentes de ahora y los de entonces”, explica el-Hamalawy, señalando que el gobierno de Al Sisi ha reprimido en mayor o menor medida casi todas las voces de oposición.

Sin embargo, hay algunos pequeños indicios localizados de disidencia en curso, señaló el-Hamalawy. “Así que cuanto más se prolongue esta guerra [en Gaza], más probable será que algo suceda”.

Para evitar eso, las naciones del Medio Oriente que han normalizado, o planean normalizar, las relaciones con Israel, están contrapesando muy bien sus airadas proclamas públicas sobre el tema con la realpolitik en privado.

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