Agencias / Ciudad de México.- La Gran Mancha Roja de Júpiter dio señales durante años de que estaba desapareciendo. Ahora, un equipo de científicos californianos asegura que la gigantesca tormenta goza de buena salud.

La colosal tempestad está situada en la atmósfera de Júpiter y a unos 22 grados al sur del ecuador del planeta. Debido a que está ubicada en el hemisferio sur, gira en el sentido contrario a las agujas del reloj, motivo por el que desde la Tierra se parece a un anticiclón. No obstante, las observaciones realizadas durante la última década sugerían que las nubes de la tormenta se estaban dispersando.

Ahora, los investigadores de la Universidad de California en Berkeley han vuelto a estudiar el comportamiento de la tormenta con simulaciones por ordenador y han llegado a la conclusión de que no hay evidencias de que la megatormenta tenga los días contados.
Los temores por el destino de la Gran Mancha Roja surgieron después de que se publicasen en mayo y en junio imágenes en las que se podían ver enormes escamas rojas desprendiéndose de la tormenta.

Las instantáneas acabaron confirmando un estudio de la NASA de 2018 en el que la agencia subrayaba que la mancha se había contraído desde 1878, cuando las observaciones de Júpiter pasaron a hacerse con cierta frecuencia. Las que se hicieron a principios del siglo XIX indicaban que la mancha solía medir más de cuatro veces el diámetro de la Tierra, pero ahora es solo un poco mayor que nuestro planeta.

No obstante, según Philip Marcus, profesor de ingeniería mecánica de Berkeley, no hay ninguna evidencia que apunte a que el tamaño o la intensidad del vórtice subyacente a la tormenta hayan cambiado. Marcus agregó que la descamación que han observado los astrónomos puede explicarse por los habituales fenómenos meteorológicos en el planeta. Así, las escamas podrían haber sido “trozos no digeridos de anticiclones fusionados”, en palabras del propio científico.

La versión oficial sobre el descubrimiento de la mancha cuenta que fue el científico Robert Hooke quien en 1664 dio con ella. Sin embargo, hay quien sostiene que fue Giovanni Cassini quien proporcionó una descripción más convincente en 1665. Después de 1713, no hubo observaciones durante más de 100 años, hasta que el fenómeno fue observado y descrito de nuevo en el siglo XIX.

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