Los reporteros bolivianos que dieron la primicia de la muerte del Che y otras exclusivas relatan los pormenores de una cobertura histórica y piden la apertura de los archivos
Capítulo I: La leyenda inagotable del comandante Che Guevara
Por César G. Calero/Texto Periódico El Mundo/ Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.- Transcurrido medio siglo, la aventura guerrillera de Ernesto Che Guevara en Bolivia presenta todavía algunos agujeros negros que los historiadores no han podido descifrar. ¿Quién delató la presencia del Che en Bolivia? ¿Cómo se fraguó su ejecución? ¿Murió a manos de un solo soldado? ¿Qué papel jugaron Cuba, Estados Unidos y la Unión Soviética? Interrogantes que según los autores del libro La guerrilla que contamos, de reciente y celebrada aparición en Bolivia, no se desvelarán hasta que todos los países involucrados abran totalmente sus archivos secretos.
Empotrado en el cuerpo de rangers que combatió a la guerrilla del Che Guevara, José Luis Alcázar fue el periodista boliviano del diario Presencia que el 8 de octubre de 1967 dio la primicia mundial de la captura del Che. Su colega Juan Carlos Salazar fue el primero en llegar a la zona de conflicto, en marzo de 1967, y cubrió para la agencia local Fides y la alemana DPA la detención y el juicio de Régis Debray y Ciro Bustos, miembros de la red subversiva guevarista. Alcázar y Salazar, junto a Humberto Vacaflor, el reportero que reveló años más tarde el robo de los diarios del Che, detallan en sus memorias algunas claves y pormenores de aquel vertiginoso año en Bolivia.
“El mito del Che sigue vigente porque hay temas que no están resueltos y así será mientras permanezcan cerrados los archivos de Cuba, la ex URSS, algunos de la CIA y los del Ejército boliviano. En este último caso, se están abriendo para los amigos del Gobierno de Evo Morales. Queremos que esos archivos se abran a todos los investigadores. Todavía hoy lo que pasó con el Che es un secreto de Estado”, explica Salazar en una charla con EL MUNDO en un céntrico hotel de Santa Cruz de la Sierra, capital del departamento donde se alzó la guerrilla a finales de 1966.
Enviado por el periódico Presencia, el más importante de la época en Bolivia, Alcázar fue el único reportero que estuvo presente en las operaciones militares contrainsurgentes. Su intención era entrevistar al Che en plena selva, como hiciera 10 años antes el estadounidense Herbert Matthews en la Sierra Maestra con Fidel Castro.
Alcázar no vio cumplido su deseo pero logró otra exclusiva. Gracias a su estrecha relación con los militares, consiguió la primicia sobre la captura del Che. Y descubrió también antes que nadie la farsa montada por el régimen del general René Barrientos sobre la supuesta muerte en combate de Guevara. Alcázar tocó el cadáver del Che en la lavandería del hospital de Vallegrande y notó que todavía estaba tibio. Tras entrevistarse con varios de los soldados que lo custodiaron en La Higuera, concluyó que fueron tres (y no uno solo, el suboficial Mario Terán, como sostiene la versión más extendida) los militares que dispararon contra el Che Guevara.
El subteniente Carlos Pérez le habría dado el tiro mortal en la zona del corazón tras la ráfaga descargada por Terán con una carabina M2. Y otro soldado le daría un tiro de gracia en el cuello. Según Alcázar, “no hay un relato único porque las fuerzas armadas aún a esta altura no han revelado oficialmente cómo ejecutaron al Che”. Su periódico no quiso publicar la historia, ni tampoco el editor francés François Masparo (amigo de Debray), con el que se puso en contacto. Fue una reportera francesa, la bella Michelle Ray, quien logró seducir a Barrientos y arrancarle una confesión que publicó en exclusiva en la revista Paris Match en diciembre de 1967.
Tanto Alcázar como Salazar coinciden en que la aventura guerrillera del Che en Bolivia fue un “fracaso”, similar al que había sufrido previamente en el Congo. “Era obvio que en Bolivia no se daban las condiciones. Él vio ya en 1953 los ‘rostros impenetrables’ de los campesinos. Y luego le pasa lo mismo en Ñancahuazú (donde establece su campamento), una zona de campesinos con los que nunca llega a establecer una relación. No consiguió ni un voluntario”, cuenta Salazar.
Para Alcázar, el Che demostró una “profunda ignorancia” sobre la realidad política y social de Bolivia. “No sólo fue un fracaso como estratega político sino también como estratega militar”. Alcázar, que desarrollaría su carrera en la agencia IPS, sostiene la tesis, mantenida por algunos historiadores, de que en realidad el Che sólo quería utilizar Bolivia como una plataforma para crear una escuela de guerrilleros, una columna madre desde la que se ramificarían oleadas de milicianos hacia otros territorios, como Perú o Argentina. Y él comandaría el frente en su país de origen. “Evidentemente, fue otro error estratégico”, subraya el reportero. “Menospreció los apoyos nacionales, entre ellos el del Partido Comunista, vital para la aventura. A Bolivia sólo la consideró como retaguardia para formar guerrilleros, subestimando al gobierno y al ejército”.
Otro de los misterios que todavía no ha sido aclarados es quién delató la presencia del Che en Bolivia. Guevara entró clandestinamente en el país en noviembre de 1966. La red de inteligencia cubana ya había contactado con el Partido Comunista de Bolivia y el comandante se adentró enseguida en la selva con medio centenar de combatientes cubanos y bolivianos.
En marzo de 1967 se produce el primer choque armado entre la guerrilla de Ñancahuazú y el ejército. Varias deserciones entre los rebeldes pusieron en alerta al gobierno de Barrientos pero los pasos de Guevara ya habían sido seguidos por varias agencias de inteligencia. En su momento se culpó a Debray y a Bustos de delatar al Che tras su detención en abril de 1967 pero lo cierto es que sólo confirmaron algo que los militares ya sabían. Según Salazar, ya en diciembre de 1966 el gobierno boliviano fue informado por el agregado soviético en Bonn de la presencia del Che.
La teoría más aceptada responsabiliza al entonces presidente Barrientos de la muerte del guerrillero. El gobierno militar ya estaba en el punto de mira de la opinión pública internacional por el juicio contra el intelectual francés Régis Debray y le aterraba la imagen de un Guevara entre rejas esperando sentencia. “Saludos a papá” y “Fernando 700” fueron los códigos que, según los biógrafos del Che, manejaron los militares para transmitir la orden de ejecución. Ambos significaban lo mismo: Matar a Guevara.
Estados Unidos ofreció ayuda militar a Barrientos a principios de marzo de 1967, antes del primer choque armado. “Además, los comunistas bolivianos, que habían entrenado gente suya en Cuba, también habían hablado ya de la formación de una guerrilla con el Che a la cabeza”, apunta Salazar.
Tampoco hay consenso sobre la participación la CIA en la ejecución del Che. “Hay evidencias de que Estados Unidos no quería que lo mataran; ellos sabían que iba a ser un mártir. A mí me contó después el general Juan José Torres (jefe del Estado Mayor en 1967) que la decisión fue de Barrientos”, sostiene Salazar. El escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, autor de una biografía sobre el Che, llega a la misma conclusión.
Para los investigadores cubanos, sin embargo, Washington sí jugó un papel relevante en la muerte de Guevara. Alcázar prefiere no elucubrar sobre la autonomía del gobierno boliviano respecto de sus socios estadounidenses y remite a las investigaciones del coronel Diego Martínez, que tuvo acceso a archivos del ejército según los cuales Barrientos no habría atendido las llamadas del embajador estadounidense durante la tarde del 8 de octubre, cuando reunido con el general Torres y el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Alfredo Ovando, el presidente boliviano habría tomado la dramática decisión: “Saludos a papá”.
La ruta del Che Guevara, turismo y revolución
El francés Christian Marti vendía Mercedes-Benz en su ciudad natal, Montpellier. Tenía tres Harley Davidson y llevaba una vida cómoda. Hace nueve años se cansó de ese “remolino capitalista” en el que vivía inmerso y se plantó con su mujer en La Higuera. Admirador del Che Guevara desde que de joven vio la imagen del guerrillero en las manifestaciones sesentayochistas de Francia, quedó fascinado con la mística de la aldea y con el imponente paisaje de las montañas del sudeste boliviano. Compraron un casa en el pueblo, la reformaron y abrieron el albergue Los amigos, un coqueto establecimiento con capacidad para 12 personas y donde la “querida presencia” del comandante se cuela hasta el último rincón. “No ganamos mucho ni tampoco perdemos. Lo bueno es que aquí te das cuenta de que se puede vivir con poco. Los guerrilleros del Che son un ejemplo. Casi no comían, y vivían bajo unas condiciones muy duras”, dice Marti (65 años) en su casa-albergue, a la que acuden muchos de los que siguen la denominada Ruta del Che desde Vallegrande (a 60 kilómetros) o recorriendo antes otros lugares por donde pasaron los guerrilleros, como Samaipata, Alto Seco o Abra del Picacho. Obligado también es recorrer la Quebrada del Churo, la zona donde fue capturado.