Reforma/InsurgentePress – Río de Janeiro – Alberto Álvarez quería ser futbolista pero al no verle condiciones le recomendaron vender fayuca, consejo que no siguió y hoy está en la Final del triple salto, donde no le pide nada a nadie.

“Mejor te vas a tu casa y te dedicas a vender fayuca”, le soltó el entrenador de futbol de Playa del Carmen, del que solo recuerda el apellido: Lobato.

Alberto Álvarez le hizo caso a medias. Se fue, pero no a pasar contrabando como le sugirió el amargado timonel, sino que se dedicó a pulir el arte del triple salto.

Seis años después, el oriundo de Chetumal no solo está representando a México en los Juegos Olímpicos, sino que el lunes se convirtió en el primer atleta la historia de su País en clasificar a una final en la modalidad.

Con una marca de 16.67 metros, la décima mejor en el global y segunda entre los participantes latinoamericanos, Álvarez selló el boleto para pelear una medalla el martes.

“No quería venir y solo participar. Quería dar lo mejor de mí y demostrar de qué está hecho México. Le dedico esta clasificación a mi papá, que me empezó a entrenar y confió en mi antes que nadie, incluido yo mismo”, dijo sin revanchismos Álvarez, pese al resquemor que le dejó aquella mala experiencia con el balón.

“No me gustaba ni el favoritismo ni depender de otros para valorar mi éxito. Sé que lo que trabajo en el salto es lo que luego cosecho”.

Con 1.91 metros de altura y 78 kilos de peso, Álvarez exhibe condiciones óptimas para la prueba de longitud. Tan solo necesitó cambiar el brinco vertical que le permitía destacar como cabeceador sobre el césped por el vuelo horizontal con aterrizaje en la arena.

Pero pese a tremenda voluntad por parte del frustrado futbolista y su padre, el aprendizaje no anduvo falto de sorpresas. Algunas incluso en horarios intempestivos.

“Cuando me cambié, se me dio bien desde el principio. Pero un día, mientras miraba un video de (el saltador estadounidense) Christian Taylor, me di cuenta que estaba dando cuatro pasos en vez de tres. Eran las dos de la madrugada, y bajé a contárselo a mi papá. Solo que él también estaba mirando videos y se había dado cuenta de lo mismo. Me dijo. ‘No te preocupes. Vas a ser el mejor’. Eso me marcó”.

Corregido el error, Álvarez siguió progresando hasta lograr el boleto olímpico y, ya en Río, plantarse en la Final con un salto inferior por 54 centímetros al de Taylor, el atleta que anteriormente le sirvió de ejemplo.

“Ahora lo veo a mi lado y no le pido nada. No hay nada imposible. No tengo ningún peso ni presión. Ya hice lo más difícil. Mañana toca dar todo, sin nada que perder”, dijo, consciente de que todavía debe mejorar el primer salto de la mano de su nuevo y apreciado preparador, Francisco Olivares.

Estudiante de derecho y aún aficionado al futbol, sigue disfrutando de los partidos por televisión, aunque tiene claras sus preferencias.

“Si hay dos pantallas y en una dan atletismo, los ojos se me van hacia el atletismo”, revela.

La mirada de México estará fija sobre él dentro de pocas horas, quizás incluso la de aquel entrenador que en su día lo desechó.

Poco le importa a Álvarez. El balón ya le quedó lejos. Y no digamos la fayuca.

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