Agencias/Ciudad de México.- La Copa Mundial de futbol femenino que se realizará este año en Australia y Nueva Zelanda está a un mundo de distancia de la líder indígena brasileña, Guaciane da Silva Gomes, quien vive en la aldea aislada de Tairema, en el estado sureño de Sao Paulo.

Pero ella y sus compañeras de equipo pueden todavía soñar con eso.

Gomes y sus amigas, indígenas y no indígenas, juegan futbol en un campo polvoriento entre un lago y varias palmeras en la ciudad de Peruibe, a 138 kilómetros al sur de la ciudad de Sao Paulo.

“Definitivamente encontraré el tiempo y el lugar para verlo, aprender técnicas, observar a las mejores de las mejores”, dijo Gomes la semana pasada después de competir en los primeros Juegos de los Pueblos Indígenas en Peruibe. “Lo que ellas hacen allá, nos inspira acá. Todas estamos buscando visibilidad”.

Cuando hay pocas compañeras disponibles, se une a los hombres y juega con la misma rudeza con que lo haría ante las mujeres. Todo sea por alimentar una pasión que cree aumentará con el Mundial femenino.

Las indígenas brasileñas generalmente lideran sus pueblos y grupos, pero durante muchos años se toparon con discriminación si trataban de jugar fútbol. A medida que el país sudamericano mejora la estructura del fútbol femenino, las indígenas se han sentido animadas a practicar el deporte.

Así lo han hecho a nivel nacional, incluido el corazón del Amazonía, donde tiene su sede el equipo de ligas inferiores Hiwi FC y sus cinco jugadoras indígenas.

Gomes y sus compañeras en Peruibe, esperan que Brasil pueda organizar la siguiente edición de la Copa del Mundo femenina en 2027, ya sea para que puedan jugar o para ver en vivo los partidos.

“Ser una futbolista profesional sería genial, así como dedicarme al tiro con arco y la lucha”, comentó Jurá a The Associated Press, con la respiración agitada después de un partido en los Juegos Indígenas. “Definitivamente necesitamos más estructura para tener una oportunidad. Jugamos la mayor parte de los partidos de forma amistosa aquí, no hay grandes clubes cerca y es complicado ir a jugar en la ciudad y regresar. Aun así, podemos soñar”.

Una de las jóvenes indígenas que sueña con jugar en casa, es la adolescente Suri Jará.

El equipo más cercano a Peruibe en la máxima división es Santos, que está a unos 80 kilómetros de la aldea indígena.

Santos, donde jugó Pelé, tiene un equipo femenino profesional, pero los responsables de reclutar talento rara vez lo hacen lejos de sus instalaciones.

Seguir la Copa del Mundo no será sencillo para muchas indígenas que viven en regiones remotas, donde es escasa la televisión vía satélite. Las conexiones de internet son menos difíciles de encontrar y muchos en sus aldeas usarán sus celulares para ver los partidos.

Incluso si la tecnología no es un problema, muchas jóvenes indígenas tienen que cuidar de sus hijos. La cultura en buena parte de estas regiones indica que las mujeres mayores de 10 años son ya adultas.

Muchas se casan y embarazan a edad temprana, lo que reduce sus posibilidades de dedicarse al deporte.

Guaciane da Silva Gomes, como una suerte de mantra, repite que la única finalidad de jugar al fútbol es unir, fortalecer y romper estos prejuicios sobre el deporte. “Estamos aquí y somos capaces de jugar ese jogo bonito y entender sus reglas. El fútbol femenino es un acto de resistencia y autonomía. Y al femenino, heredado de generaciones tras generaciones, cada vez hay que darle más espacio y visibilidad, pero no sólo en las comunidades indígenas, sino en todo el mundo. El fútbol es empoderamiento femenino”, concluye.

Entender al fútbol como un elemento del ADN de una sociedad más allá de un deporte, reivindica la esencia sudamericana. De los pueblos de lucha constante y raíces profundas en busca de erradicar la amnesia provocada por las opresiones, y revalorizar la memoria ancestral de estas tierras. Tierras en las que cuando rueda una pelota, laten.

Nuevamente el fútbol aparece como productor de otros mundos posibles, esa fábrica de sueños que trasciende cualquier tipo de cultura y fronteras. Patear una pelota es traer lo utópico a la tierra, y si es en Tapirema, a la arena.

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