febrero 12, 2021

Monreal, entre la utilidad política y la sombra de la traición

Por Octavio Robles/Ciudad de México.- Ricardo Monreal es el típico soldado de partido en turno que ha construido su carrera y fincado su fortuna a partir de eso que llaman en la vieja clase política mexicana “olfato”. Esa capacidad de detectar los olores que desprenden los humores sociales y los de las élites que comparten el dominio político de lo que conocemos como República.

El “olfato” político de Ricardo Monreal lo llevó a romper con la rigidez priísta que le imponía disciplina cuando quiso ser candidato a gobernador de Zacatecas por ese partido. Monreal negoció con el PRD, el partido emergente que ya mostraba su fuerza en 1997 y logró que lo ungieran como candidato para pelear la gubernatura de Zacatecas que asumió en 1998.

El “olfato” de Monreal lo llevó a romper también con el PRD cuando los líderes de este partido intentaron imponerle su voluntad y buscó una alianza con un partido menor, el PT. Después, como el experto detector de humores políticos que es, decidió impulsar desde el Partido del Trabajo el apoyo al candidato presidencial del PRD en 2006, Andrés Manuel López Obrador.

Monreal es uno de los pocos políticos mexicanos que saben reconocer e interpretar el olor de los humores del ahora presidente. Monreal huele al presidente y sabe lo que piensa, pero sobre todo, sabe lo que va a hacer. Así ha podido sortear durante los últimos quince años la compleja relación con López Obrador y su círculo cercano, que lo ven con desconfianza y no lo han aceptado como parte de la cofradía del mandatario.

Monreal es un apestado en Palacio Nacional, pero también es uno de los pocos operadores políticos con los que cuenta el presidente. Su estilo, más cercano a la componenda en los sótanos y a la guerra sucia, le ha marcado como un político mañoso y poco honesto, aunado a sus escándalos mediáticos por una fortuna patrimonial que no ha explicado del todo.

Pero en los hechos, Ricardo Monreal es un político eficaz que se desenvuelve como pez en el agua en un sistema presidencialista que no ha muerto y que incentiva el uso de la coerción para doblegar al adversario.

Monreal ha padecido al sistema, pero también lo ha empleado para aplastar a los enemigos, y ese manejo político de las instituciones, a partir de los usos y costumbres del viejo régimen, es lo que López Obrador considera de utilidad en el proceder del zacatecano.

Pero así como es utilizado, Ricardo Monreal sabe cobrar sus servicios. Desde el Senado ha sido un operador eficiente para el presidente. Acata las órdenes y asume los costos políticos de las ocurrencias que ha impulsado desde el recinto legislativo, como las propuestas para reformar la ley del Banco de México o el intento de regular las redes sociales.

Monreal ya empezó a cobrar las facturas de lo que va del sexenio a costa de algunos berrinches de funcionarios que no lo ven con buenos ojos. Logró imponer en Morena la candidatura al gobierno de Zacatecas de su hermano David, pese a un expediente que investigan en la Secretaría de la Función Pública por presuntos actos de corrupción señalados por la Auditoría Superior de la Federación.

El supuesto desvío millonario en el que habría incurrido David Monreal en la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, no obstante ser materia de investigación en las oficinas de la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, no fue suficiente para que el presidente de la República objetara la candidatura. Se impuso el criterio de utilidad frente a los señalamientos de corrupción.

El senador Monreal es un asiduo comensal en Palacio, en donde le brindan las atenciones debidas frente a las cámaras. Pero la verdadera relación de Monreal con el presidente se da en las sombras del inmueble presidencial, ahí es donde le da forma el senador a los favores que cobrará luego pese a las objeciones de ingenuos morenistas que se preguntan por qué es compatible la fama del líder del Senado con la incorruptible personalidad del mandatario y la inmaculada imagen del partido.

El “olfato”, esa es la cualidad de Monreal Ávila. El “olfato” es lo que lo tiene en donde está. Pero esa cualidad política, aunada a sus dotes de operador, es precisamente lo que lo convierte en un hombre peligroso para la llamada cuarta transformación. Y el presidente lo sabe, pues entre todas sus cualidades el olfato también es una de ellas.

El presidente sabe que a estas alturas, ejerciendo el poder que le ha permitido, Monreal ha construido una estructura política capaz de enfrentar a Morena en el ocaso del sexenio si es necesario. Una estructura cuyas bases la representan la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (CATEM), y el recién formado partido político Fuerza Social por México, autorizado en octubre de 2020, ambas organizaciones controladas por Pedro Haces Barba, un fiel subordinado de Monreal.

El estilo del presidente, más cercano al de reyezuelos temerosos de ser traicionados por sus subordinados, ha incentivado una guerra interna entre líderes de Morena que ha adelantado la sucesión presidencial. En ese contexto, el fuego amigo está a la orden del día pero también las alianzas que han surgido de facto. Los dos grupos más importantes que se han formado son los que encabezan Claudia Sheinbaum por un lado, y Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal por el otro.

Sheinbaum y Ebrard tienen una trayectoria política en donde no se han destacado por la traición, pero Ricardo Monreal ha dado muestras de traicionar ante el primer obstáculo que amenace sus intereses. Lo hizo en el PRI, en el PRD y en el PT, y ahora la sombra de la traición se cierne sobre Morenaconforme se acerque la sucesión presidencial.

Monreal aspira a la presidencia, y si ahora tiene un acuerdo con Ebrard para protegerse las espaldas del resto de cortesanos de Morena, llegado el momento tendrán que enfrentar sus propias ambiciones. Lo que es un hecho es que la posibilidad de traicionar al partido y al presidente envuelve a Ricardo Monreal, sobre todo ahora que uno de sus allegados ya tiene partido político propio y central obrera para apoyar sus aspiraciones.

El “olfato”, ese sentido que le ha llevado lejos y lo tiene ahora en la cima de la clase política mexicana, lo puede orillar a traicionar de nueva cuenta. Y eso lo sabe el presidente.

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