Texto Periódico Marca/Madrid.- Jugar contra el Real Madrid debe ser como estar encerrado en la parte inferior de un reloj de arena. Puedes luchar por sobrevivir y sacar el cuello, pero en los últimos granos acabas sepultado. Eso le ocurrió al Celta, que jugó con la cabeza alta 81 minutos y no le sirvió para encontrar aire en el pitido final. Los de Zidane consiguieron una victoria con F de fe y no tanto de fútbol, pero en la clasificación suma seis puntos que es lo que al final cuenta.

El Celta se presentó en el Bernabéu bien trabajado. Ejecutó lo que pensó y Berizzo volvió a dar la sensación de un entrenador de primera línea tras el traspiés anecdótico ante el Leganés. Su equipo vació al Madrid la piscina de agua y se la llenó de chicle.

Los blancos empezaron a bracear de forma angustiosa sin encontrar la forma de avanzar más allá de algún toque de primeras de Modric que conseguía saltarse la presión. El tobillo del croata ejerce sobre el césped como el cuello de una mujer en un beso. Son ellos los que deciden hacia qué lado se giran las cabezas, hacia qué banda se despliega el juego. A Luka sólo le faltó un gol que evitó primero el larguero y después Sergio.

El portero estuvo sobresaliente con las manos para mandar a los suyos al descanso con 0-0 y nefasto con los pies, los que provocaron el primero de la noche. El último de una serie de despejes que hicieron desesperar a Berizzo acabó en el pie de Modric, que centró al área. Por allí estaban Morata, en fuera de juego, que no la tocó pero sí molestó, y Asensio. El mallorquín quiso repetir en Sergio la misma escultura que le hizo a Rulli, pero se quedó a medias. El rechace lo cazó el canterano a la red.

El tanto lo celebraron con ganas Morata y el Bernabéu. Un gol de un canterano siempre se presenta como una reivindicación del aficionado del barrio frente al de las antípodas, ante el fútbol moderno. “A ese chaval lo vi yo marcar cuando no le salía ni bigote”, puede presumir el hincha. Al otro, al que viene por una millonada, lo conocen casi mejor en el pub de Auckland, Nueva Zelanda, en el que las camisetas del Madrid aparecen como churros.

El caso es que allí donde otro equipo hubiera bajado la persiana, el Celta se tomó el gol como una escena que estaba escrita en su guion y no se alteró. Morata pudo matar el partido pero en el fútbol, como en la vida aunque no se quiera decir, los centímetros importan. Su remate fue al palo y el de Orellana al minuto siguiente fue a la escuadra.

El Poeta se encontró un balón en la frontal tras un mal balance defensivo del Madrid y poca oposición para chutar. Y eso como dejarle una hoja en blanco a un genio de las letras o un lienzo a un maestro de la pintura. Obra de arte a la estantería. La clavó en la red y puso los nervios en el Bernabéu. Su trabajo, el de Roncaglia o el del Tucu son de equipo que huele de maravilla.

Pero decíamos que el Madrid te ahoga en el último grano de un reloj de arena. James perdió un balón, James lo peleó, James lo recuperó. El colombiano salió al césped con ganas de que no fuera la última vez. Su esfuerzo lo hizo bueno un Kroos cuya bota se convirtió en putt de golf para anotar un gol marca registrada con dirección al palo de Sergio.

Golazo y tres puntos más para un Madrid que, en lo que vuelven Cristiano y Benzema, suma seis puntos de seis posibles. Para los blancos la Liga lleva demasiado tiempo escondida en un cofre en la bodega de un barco hundido en el fondo del mar. El Madrid sigue nadando.

Por Rubén Jiménez/Marca-Madrid

 

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