Agencias/ Ciudad de México.- Sus sueños olímpicos giran en torno a la coordinación de sus movimientos a escasa distancia la una de la otra. Las competidores del nado sincronizado sabían que sus esperanzas de ganar una medalla olímpica dependían de que se desplazasen rápidamente, se elevasen lo máximo posible en el agua y se mantuviesen pegadas a sus compañeras.

Hasta que llegó el COVID-19.

La mayoría de los deportistas olímpicos vieron afectada su preparación por la pandemia del coronavirus, pero tal vez ningunos más que las mujeres del nado sincronizado, hoy llamadas nadadoras artísticas.

Cierre de fronteras, confinamientos y distanciamiento social eran conceptos desconocidos para gente acostumbrada a mantenerse pegada, coordinando sus movimientos.

“Necesitamos estar súpercerca”, declaró la estadounidense Anita Álvarez. “Y eso es difícil con todo esto del COVID”.

Separadas repentinamente por carriles, y en algunos casos por miles de kilómetros, las nadadoras enfrentaban una tarea imposible: Prepararse para los Juegos Olímpicos en un deporte que premia la cercanía, durante una pandemia que exigía distancia.

Piscinas caseras reemplazaron los centros acuáticos. Las escaleras de los departamentos ofrecieron ejercicios para mejorar la capacidad cardiovascular. Las competencias internacionales se hicieron en forma virtual: Los participantes enviaban videos de sus actuaciones. Los entrenamientos se hacían vía Zoom.

En la mayoría de los casos, las nadadoras estuvieron meses alejadas de las piscinas y sufrieron un enorme retraso en su preparación. Ninguna sesión virtual reemplaza los entrenamientos en persona.

Es mucho más difícil coordinar los movimientos si no están juntas, según la portavoz del equipo canadiense Stéphane Côté.

“Fue un problema. No somos deportistas individuales”, expresó Álvarez. “Hay otros deportes por equipos en los que te puedes entrenar por tu cuenta y luego se juntan. Pero en nuestro caso, es fundamental el contacto con tus compañeros para poder nadar en forma sincronizada, al unísono”.

La evolución de la natación artística, que dejó de ser un espectáculo basado en el desempeño para transformarse en un deporte muy exigente, con rutinas cada vez más difíciles.

Décadas atrás, las nadadoras estaban tan separadas que ocupaban toda la piscina, según la exnadadora francesa Christina Marmet, quien dirige el portal insidesynchro.org.

Marmet recuerda que una vez una jueza le comentó que un equipo coreano de la década de 1980 actuaba tan de cerca que “todo el mundo pensó que estaban locos, que se iban a golpear entre ellos”.

“Ahora todos son así”, agregó.

Igual que tantas otras nadadoras, Álvarez y su compañera Lindi Schroeder no se vieron en persona durante lo peor de la pandemia. Se conectaban a través de Zoom, pero era imposible sincronizar los movimientos. Se enfocaron más que nada en la flexibilidad y la fuerza, entrenándose de cuatro a cinco horas diarias en forma virtual.

La piscina de su comunidad en California reabrió en la segunda mitad del 2020, pero después de tres meses alejadas del agua, se sentían extrañas.

Todas las noches esperaban que la piscina pública se vaciase para ir con su entrenador. No era lo ideal. La piscina no era lo suficientemente profunda ni larga, y el agua estaba helada, al punto de que los músculos se les entumecían.

No había sistema de sonido bajo el agua, por lo que su técnico instaló un parlante junto a la piscina. La calidad del aire, por otro lado, era horrenda por los incendios forestales de la región.

Las sudafricanas Laura Strugnell y Clarissa Johnston, que regresaron a la actividad para competir en Tokio, soportaron cinco meses de confinamientos antes de que se autorizasen los viajes y pudiesen ir de Ciudad del Cabo a Johannesburgo para entrenarse con su técnico.

Cuando se suavizaron un poco las restricciones, hicieron ejercicios en el jardín de Strugnell y en el estacionamiento subterráneo del departamento de Johnston. También en las cocinas de sus viviendas, aprovechando los mostradores para sus piruetas.

Cuando el equipo pudo finalmente reunirse, tuvieron que nadar en carriles separados para cumplir con las normas de distanciamiento.

Tanto su técnico como su coreógrafo viven en otras ciudades, por lo que llevaban una laptop a la piscina para que el coreógrafo les pudiese dar indicaciones vía Zoom.

En enero el equipo se concentró en el Instituto Australiano del Deporte en Canberra, donde permaneció seis meses entrenándose.

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