Agencias/Ciudad de México.- Después de que los talibanes tomaran el poder en Afganistán, en agosto de 2021, un grupo de mujeres fundó la organización “Purple Saturdays Movement” (Movimiento de los Sábados Morados), en la capital, Kabul.

Todas las semanas organizan protestas pacíficas contra las restricciones masivas de las libertades de las mujeres en el país asiático. Quieren concientizar a la sociedad sobre los derechos civiles y la democracia. “Solo podemos confiar en nosotras mismas”, dice a DW Maryam Maroof Arvin, de 30 años, cofundadora del movimiento.

Arvin es una de las activistas que siguen en Afganistán y se niegan a rendirse. Su red no solo organiza acciones de protesta. En secreto, da clases en casa a las niñas que ya no pueden ir a la escuela a partir del sexto grado, recauda ayuda para madres solteras y familias necesitadas y cuida a huérfanos.

Desde la toma del poder por parte de los talibanes, los sectores más vulnerables de la sociedad han sido abandonados a su suerte. Casi todas las organizaciones internacionales de ayuda han abandonado el país porque los talibanes violan sistemáticamente los derechos humanos y, en particular, los de las mujeres.

El nuevo gobierno ha introducido una serie de leyes y políticas que niegan a las mujeres y niñas de todo el país sus derechos básicos, simplemente por su género. Las trabajadoras han sido enviadas a casa, se han cerrado escuelas secundarias para niñas y se ha prohibido a las mujeres asistir a la universidad.

Arvin aún no había terminado su maestría cuando los talibanes impidieron a las mujeres el acceso a las universidades, en diciembre de 2022. Está indignada con las Naciones Unidas, que buscan negociar con los talibanes sin representación femenina.

“Sabemos que quieren entablar conversaciones con los talibanes, al igual que en la reunión de Doha, para allanar el camino al reconocimiento del gobierno talibán en Afganistán. Están ignorando al pueblo afgano y especialmente a las mujeres”, subraya Arvin.

A iniciativa de la ONU, representantes talibanes se reunieron la semana pasada en Doha con diplomáticos de 25 países y organizaciones internacionales para debatir el futuro de Afganistán. Previo a la reunión, el portavoz talibán Sabihullah Mujahid subrayó que la cuestión de los derechos de la mujer es un “asunto interno” de Afganistán y no se trataría en Doha.

“Los derechos de la mujer no son un asunto interno de Afganistán”, contradice la diplomática estadounidense Rosemary DiCarlo, en entrevista con DW. DiCarlo es subsecretaria general de la ONU para Asuntos Políticos.

“Queríamos hablar con los talibanes y tuvimos que empezar por algún lado”, prosigue, y aclara que la reunión tuvo como objetivo iniciar un proceso paso a paso. La meta es que los talibanes “vivan en paz con sus vecinos y respeten el derecho internacional, la Carta de la ONU y los derechos humanos”, subraya Rosemary DiCarlo.

“Los talibanes saben cómo utilizar la escena internacional en su beneficio”, observó el escritor afgano y experto en educación Hazrat Vahriz antes de la reunión de Doha. “No hay que subestimarlos. Cuentan con exitosos diplomáticos que solo quieren imponer sus condiciones. En Afganistán, en cambio, los talibanes esperan que el pueblo se comporte como su súbdito”, agrega, en entrevista con DW.

Los talibanes luchan por el reconocimiento internacional de su gobierno y, al mismo tiempo, por el levantamiento de las sanciones que les han sido impuestas.

Según Hazrat Vahriz, “algunos en Afganistán creen que es responsabilidad de la comunidad internacional resolver los problemas causados por la mala gestión y administración de nuestras élites”. Sin embargo, el experto difiere e insiste en que el pueblo afgano debe defender sus demandas por sí mismo.

“Tenemos que unir nuestras fuerzas”, subraya, por su parte, Maryam Maroof Arvin. La cofundadora del “Purple Saturday Movement” hace un llamado a todos los activistas de derechos humanos, intelectuales y disidentes para que formen una coalición y organicen la resistencia contra los talibanes de forma más eficaz dentro del país.

Los talibanes han impuesto severas restricciones a la presencia física de las mujeres en la sociedad. Se les exige que cubran todo el cuerpo, dejando solo los ojos a la vista, y en muchos casos se les prohíbe salir de sus casas sin un guardián masculino. No se trata solo de la vestimenta, sino de la eliminación. La obligación de que las mujeres oculten sus rostros y cuerpos de la vista del público simboliza un deseo más amplio de silenciarlas y hacerlas invisibles.

Además, las voces de las mujeres están siendo silenciadas sistemáticamente. En muchas regiones, las periodistas, activistas y educadoras han sido obligadas a abandonar sus profesiones y sus voces han sido silenciadas bajo la amenaza de la violencia. Este silenciamiento es una forma de control social y político, cuyo objetivo es garantizar que las mujeres no tengan ningún papel en la configuración de la sociedad en la que viven.

Uno de los aspectos más devastadores del régimen talibán es la negación de la educación a las mujeres y las niñas. Las escuelas y universidades han estado cerradas para las mujeres, con pocas excepciones. Esto es un marcado retroceso con respecto a los avances logrados en las últimas dos décadas, cuando millones de niñas afganas pudieron asistir a la escuela y soñar con un futuro en el que pudieran contribuir al desarrollo de su país.

La prohibición de que las mujeres trabajen es igualmente devastadora. Las mujeres que antes ocupaban puestos en el gobierno, la atención sanitaria, la educación y el sector privado ahora están relegadas a los confines de sus hogares. Esto no solo las despoja de su independencia, sino que también paraliza la economía afgana, que depende en gran medida de las habilidades y el trabajo de su población femenina.

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