Por Luis Carlos Rodríguez/The Éxodo/Ciudad de México.- Hillary Kipchirchir Kimayo empezó a correr a los cinco años de edad en una aldea de Kenia. A los ocho años, al igual que la mayoría de sus compañeros de escuela, ya corría 20 kilómetros al día. Vivió en la pobreza extrema y fue albañil antes se convertirse en atleta. Arribó a México en 2007.
Ha ganado tres veces el Maratón de la Ciudad de México y decenas de competencias en el país y en mundo. El junto con cientos de deportistas son la otra cara de la migración de africanos a México que corren todo el año para sobrevivir, para enviar dinero a sus familias.
Al margen de la crisis humanitaria en que se encuentran actualmente alrededor de 3 mil africanos en Chiapas y otros miles en ciudades fronterizas del norte de México, en espera de una visa humanitaria, desde 1998 inició este éxodo de atletas nigerianos y kenianos. El registro es el triunfo en el Maratón de la Ciudad de México de ese año de Simón Biwott.
Desde entonces cientos de maratonistas han arribado a nuestro país y su lugar de residencia es Toluca, Zacatecas, Ciudad de México y Guadalajara. Lugares donde entrenan diariamente en espera del calendario de maratones en México y el mundo para competir.
“Gané primer maratón en Sinaloa en 2007. Gané un automóvil que costaba como 100 mil pesos, son como un millón de pesos en mi país y pensé en que iba comprar unas vacas para tener leche y venderla, construir una casita y comprar también un automóvil allá en Kenia”, recuerda Hillary Kipchirchir, quien reconoce que la mayoría de los africanos que estamos en México “corremos para sobrevivir, para ganar, para ayudar a nuestras familias”.
Kenianos y etíopes son los reyes de los maratones en México, como el de la edición 37 de la Ciudad de México, donde ganaron los oriundos de Kenia, Duncan Maiyo, en la rama varonil y Vivian Kiplagat rompió el récord en la femenil. Cada uno premiado con 550 mil pesos.
Desde hace 30 años que inició este éxodo de africanos en México, han ganado la mayoría de las competencias y se han arraigado a México.
El presidente de la Federación Mexicana de Asociaciones de Atletismo, Antonio Lozano, ha señalado que la presencia de este grupo de atletas africanos ha sido positiva para fomentar una mayor competencia y preparación de los mexicanos, además que han encontrado un “modus vivendi” ya que participan en maratones de todo el mundo. Lo mismo en Chicago, que en Boston, Nueva York o la Ciudad de México.
Contra las indicaciones de médicos o entrenadores, los corredores africanos compiten todo el año con el afán de ganar más premios. El caso de Hillary Kimaiyo quien en 2014 corrió 12 maratones para cubrir una deuda de dos millones de pesos con el banco, que le prestaron para construir un edificio de departamentos en su natal Kenia.
La Ciudad de Toluca, por su altura, se ha convertido en la “Nairobi Mexicana” para muchos de estos atletas africanos. Más de un centenar viven ahí y son solidarios entre ellos, cuando alguien gana un premio apoya a quien tiene necesidades.
“Personalmente, yo sé de más de 100 viviendo en Toluca, hay buena comunidad,” dice Evanson Moffat, un empresario keniata que ha vivido en el país desde hace 17 años, en entrevista con ESPN Digital. “Toluca es como Nairobi. Por eso quieren estar acá los corredores.”
El Valle de México se encuentra a más de 15 mil kilómetros de Nairobi, la capital de Kenia. De las últimas 21 ediciones del Maratón de la Ciudad de México, 15 han terminado con victorias para nacidos en Kenia.
“Vivimos para competir, y competimos para vivir,” dice Simon Kariuki Njoroge. El corredor keniata de 36 años de edad ha terminado dos veces en los primeros cinco lugares del Maratón de la Ciudad de México. En su carrera, ha conquistado 20 maratones – la mitad de esos han sido en este país. “Entre más gano, más puedo viajar, más puedo competir y seguir adelante,” dice.
A 1,200 kilómetros de Toluca, en Tapachula, Chiapas, la historia para al menos 3 mil africanos es muy diferente, alejados de los pódium, de los reflectores, de los premios económicos. En casas de campaña, a la intemperie, con niños en brazos, sin comida, hostigados por policías federales y agentes migratorios, están en espera de una visa humanitaria que les permita llegar a la frontera con Estados Unidos.
“Yo vengo de Camerún, hay guerra ahí, nosotros escapamos. Estamos tratando de cruzar, para encontrar paz, porque en este momento en Camerún no tenemos paz”, relata Vera Maringa, migrante africana a diarios locales.
Son parte del rostro más crudo de la migración extracontinental en México, de los africanos, que han cruzado por decenas de país, que han atravesado el Océano Atlántico, para lograr también el llamado “sueño americano”.
Ellos también han salido corriendo de sus países, no por una medalla, sino para sobrevivir de las matanzas, de las guerras étnicas o religiosas, de los desastres naturales, las sequías y las epidemias.
Los migrantes africanos que están en México en espera de una visa son miles. De acuerdo a la Unidad de Política Migratoria del Gobierno federal, de enero a abril de 2019, ingresaron a México 15 mil 236 africanos, por tierra, mar y aire.