Rodulfo Reyes
La actual ‘cargada’ de priístas hacia Morena no es un fenómeno nuevo en Tabasco, pues se observó en 2006 y 2012 que era generalizada la idea de que Andrés Manuel López Obrador ganaría la presidencia y la clase política local no quería quedarse ‘en la banca’.
Dos sexenios atrás, los militantes del Revolucionario Institucional saltaron hacia el PRD, que era el partido opositor de moda y cuyo cabecilla, el ‘Peje’, estaba en los cuernos de la luna de la política.
Ahora todos se suman a Morena porque es propiedad del nativo de Tepetitán.
Solo los desmemoriados no recuerdan que en las dos anteriores jornadas electorales la percepción era que López Obrador llegaría a palacio nacional y que en Tabasco la ‘Quinta Grijalva’ sería para el negriamarillo.
En 2006 el tricolor mantuvo su hegemonía de ocho décadas, pero seis años después las huestes de Andrés Manuel con Arturo Núñez Jiménez a la cabeza echaron al priísmo de Plaza de Armas.
Hoy que el aspirante presidencial de casa va por su tercer intento y una vez más se encuentra bien arriba en las encuestas, los políticos no quieren quedarse fuera del reparto y se atenazan de Morena como náufragos a salvavidas.
Traición parece ser el segundo apellido de muchos priístas.
Aquí un caso documentado por este reportero:
El martes pasado, a las 13 horas, en una oficina de la calle Adolfo Prieto 1525 de la Ciudad de México, se trató de gestar una felonía a la precandidata del PRI a la gubernatura, Georgina Trujillo Zentella.
Un día antes la diputada federal Liliana Madrigal Méndez había pedido cita con Benito Neme Sastré, quien despacha sus asuntos privados en ese domicilio.
El ex aspirante a la candidatura al gobierno estatal la recibió veinticuatro horas después.
Madrigal llegó a plantearle que la estructura que lo había apoyado se pusiera al servicio del precandidato a la gubernatura de Morena, Adán Augusto López Hernández.
La legisladora estaba molesta con Gina Trujillo porque no logró la nominación al Senado y la responsabiliza de ese “fracaso” en su “carrera”.
Benito Neme la escuchó, pero al final le dijo que era un político institucional, como lo fue su padre, el extinto Salvador Neme Castillo, y que de ninguna manera iba a aceptar que el equipo que lo respaldó apuntalara al partido de López Obrador.
Liliana salió desconsolada, con la cabeza gacha, sin reparar en todo el apoyo que recibió de la hija del ex gobernador Mario Trujillo García en las elecciones extraordinarias de 2016 que fue abanderada a la alcaldía de Centro.
Uno de los pilares de Liliana fue precisamente la precandidata al Ejecutivo.
La hija del ex procurador Andrés Madrigal Sánchez no tomó en cuenta que en una candidatura al Senado la decisión recae en el primer mandatario y en el candidato presidencial, y ella se encuentra muy lejos del círculo de Enrique Peña Nieto y de José Antonio Meade.
La traición a Gina y al PRI va más allá: a Liliana se le perdonó que en la campaña de 2016 no comprobara una suma millonaria que manejó su esposo y que al parecer no se usó en los gastos operativos del partido.
¿Cómo justificar la actuación de la diputada federal? ¿No lograr la nominación a la Cámara Alta es razón suficiente para buscar la derrota de su partido? ¿Y la condición humana del agradecimiento hacia la priísta que le ayudó a buscar la presidencia municipal y que, más aún, evitó que su marido tuviera problemas legales?
Benito Neme le dio una lección de lealtad.