Agencias/Ciudad de México.- Han pasado más de veinte años desde el estreno de la epopeya ambiental de Hayao Miyazaki y aún hay mucho que podemos aprender de ella. Era el 12 de julio de 1997 cuando La Princesa Mononoke llegó a la pantalla grande en Japón; en ese entonces relevante, aunque una gran parte de la audiencia seguro la tomó como una historia reflexiva pero más que eso, una historia llena de acción y batallas, con una dosis de violencia que quizás distrajo a los espectadores de las consecuencias que se verían en los siguientes años. Como proyecto de Studio Ghibli no pasó desapercibido, pero es posible que nunca tuviera tanta relevancia como ahora.

Escrito y dirigido por Miyazaki, el undécimo largometraje del reconocido estudio de animación presenta una historia ambientada en el Japón del período Muromachi, donde ocurre una lucha entre los guardianes sobrenaturales de un bosque y los humanos que profanan los recursos que pueden obtener de él, todo esto visto por un forastero llamado Ashitaka. El título de la película no se refiere al nombre de una princesa, sino que la palabra “Mononoke” significa, en el contexto de la película, “espíritu vengador”, así que el título se refiere a una princesa de los espíritus vengadores. San, la princesa Mononoke, es una joven que fue adoptada y criada por la diosa loba Moro luego de que fue abandonada por su gente.

Moro desprecia a los humanos, y tiene muchas razones para hacerlo. Su deseo de asesinar a Lady Eboshi, la gobernante de la ciudad de hierro que usurpa el bosque a los dioses, es muy fuerte. No hay nada de qué sorprenderse, ya que esta mujer se jacta de no temerle a los hombres ni a los dioses y no respeta la autoridad de otros en absoluto. A pesar de lo mucho que Moro odia a los humanos, siente afecto por Ashitaka, el último príncipe de una tribu.

Artísticamente, la película es puro Ghibli, y le da un toque de fusión de historia japonesa, magia y folklore con dos protagonistas femeninas fuertes y complejas que empujan los límites. Hay criaturas adorables y aterradoras, así como un poderoso mensaje ambiental, que es uno de los sellos distintivos del trabajo de Miyazaki. El cineasta suele hacer denuncias en sus películas, como la forma en que las guerras devastan nuestro mundo o las sátiras hacia los desechos. Con este título, nos dejó una de sus obras más sangrientas y al mismo tiempo una de las más conmovedoras, con un gran mensaje sobre la protección del medio ambiente al reflejar nuestra sombría relación actual con la Tierra.

Aunque La Princesa Mononoke opera como una epopeya de fantasía, en su esencia se encuentra un cuento de hadas complejo sobre la importancia crítica del equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Al igual que nuestra propia sociedad, no hay un villano absoluto, aunque a veces encontramos supervillanos de dibujos animados en la vida real, sino que lo que está en juego se compara con la escala de armonía entre la civilización humana y la Tierra. Hay un delicado toma y daca, una necesidad tanto para la industria como para la naturaleza intacta, una dicotomía que San y Lady Eboshi, dos fuerzas en lados opuestos del espectro, que llegan a comprender al final de la película.

Aunque a veces lo parezca, la industrialización no es inherentemente mala. La industria ha presentado a la sociedad una variedad de trabajos, protecciones, innovaciones y oportunidades invaluables. La Princesa Mononoke hace una gran reflexión en cómo nosotros, como sociedad, utilizamos los medios industriales para conseguir el avance de nuestra civilización donde surgen problemas de ego humano tóxico, ya sea por guerra, contaminación, deforestación, extinción de especies o incluso el cambio climático. A diferencia de los protagonistas complejos de la película y, en última instancia, compasivos, hemos negado nuestra responsabilidad hasta desequilibrar nuestro mundo en la búsqueda de progreso y ganancias. Luego de tanta experiencia en estas desgracias, parece que no hemos aprendido nada a pesar de las advertencias científicas y el derretimiento de los polos.

En una era en la que los gobiernos se retiran de acuerdos climáticos y los científicos advierten que las emisiones de carbono están llegando a un punto crítico, La Princesa Mononoke nos recuerda que el equilibrio y la responsabilidad ecológica son muy importantes. También resume este punto de una forma cruda cuando San, la protagonista, se pregunta por qué los humanos y el bosque no pueden vivir juntos, ya que se le hace difícil detener la pelea. El filme se enfoca en esta guerra y cómo las armas de los humanos destruirán todo, pero también en la ira del bosque, la cual resulta incontrolable para los humanos. Debería ser fácil mantenerse en armonía, pero las ambiciones de algunas personas hacen que todo lo que era vida pase a ser cualquier otra cosa que los beneficie.

La historia toca las ansiedades colectivas sobre lo que significa cohabitar en este planeta con suma urgencia. Mientras nos tambaleamos en el precipicio de una catástrofe en la vida real, el clásico animado sirve como una meditación nostálgica e impactante sobre nuestras circunstancias, cómo llegamos aquí y qué podemos hacer para solucionarlo. Al final, se ha restablecido el equilibrio en el bosque y lo que alguna vez fue devastado comienza a reverdecer, con la promesa de construir una mejor ciudad en armonía con la naturaleza. Nosotros podemos lograr lo mismo si dejamos de dañar lo que tenemos; aunque parezca difícil, estamos a tiempo de construir un mejor mundo al igual que en la historia de Ghibli.

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