Insurgente Press, Ciudad de México.- Entre las actitudes que más indignan del extraño desempeño del empresariado taurino mexicano es su deliberada miopía para no querer ver más allá de sus narices. Saben ver, pero por absurdas razones no quieren actuar en consecuencia.
Para muestra la interesante corrida de ayer en la Plaza México, casi vacía como ya es costumbre, en la que un bien presentado y exigente encierro de la ganadería tlaxcalteca de Rancho Seco que recargó en el puyazo, permitió ver los niveles de evolución y de desaprovechamiento de los alternantes, en el enésimo cartel cuadrado o desequilibrado de la temporada.
Hicieron el paseíllo los diestros mexicanos Fabián Barba (39 años, 15 de matador y 13 corridas toreadas el año pasado), Ernesto Javier Calita (29 de edad, nueve de alternativa y 13 tardes en 2018) y Diego Sánchez (20 de edad, tres de doctorado y siete tardes el año anterior).
En México los buenos toreros jóvenes sin padrinos poderosos ni simpatía ante las empresas hacen acopio de paciencia por tiempo indefinido, o se retiran porque empresarios y diestros que figuran no los dejan pasar, o de plano se quitan la vida, mientras los desvergonzados taurinos que llevan la fiesta en paz se dicen sorprendidos cuando algún matador de probadas cualidades logra corroborar sus triunfos.
Tal es el caso de Calita, entre otros, que debió esperar nueve largos años para volver a la Plaza México, no obstante la regularidad de sus triunfos en plazas de los estados y en cosos de Sudamérica. Pero al fin volvió, sólo para corroborar las cualidades y evolución de su tauromaquia y el enorme potencial que atesora.
Con su primero, Epifanio, con 550 kilos, de pelaje cárdeno como todos sus hermanos, lanceó despacio y remató con bello recorte soltando una punta del capote. Con la muleta Calita demostró que es un torero con inspiración, expresión e inmediata conexión con el tendido, urgido siempre de que lo reflejen.
Hubo en sus tandas por ambos lados hondura, temple y mando sin forzar las embestidas pero tirando muy bien del toro, y garbo en los doblones postreros. La espada quedó caída pero el público, emocionado por lo que había visto ante un toro con clase pero no bobo ni pasador, demandó la oreja que fue concedida.
Con su segundo, Gaspar, con 504 kilos, repitió la dosis capotera anterior y con la muleta volvió a desplegar mando y un claro sentido de la estructuración ante un astado distraído del que se supo hacer. Mató mal. Regaló un toro, Melchor, también de Rancho Seco, al que bregó con suavidad para observar su embestida. Y repitió color, metiendo en su poderosa e intuitiva muleta a un toro deslucido al que su claro concepto de la lidia hizo lucir. Templó, mandó y ligó tandas muy bien rematadas y dejó un estoconazo en lo alto para llevarse otra oreja.
Fabián Barba posee la estética de la ética. Sobrio y pundonoroso como el que más, no es tomado en cuenta para los carteles de relumbrón con figurines y toros de la ilusión. Primero enfrentó a Ochentón, con 535 kilos, que no pasaba sino que embestía y requería dominio. Siempre firme y andándole muy bien al toro, se tiró por derecho y cobró una estocada defectuosa, pero la faena había sido tan verdadera y tan convincente que el público, emocionado, demandó la oreja, que fue concedida. No pasó nada con su soso segundo.
Regaló un toro de Monte Caldera al que recibió en el centro del ruedo con una larga cambiada y al intentar la segunda fue aparatosamente cogido, sufriendo una cornada en el glúteo y otra en el escroto.
Le falta callejón a su entrega. Y Diego Sánchez necesita convencerse de que calidad no mata entrega.
Tiene todo para funcionar, le falta descararse más y especular menos.
Mientras tanto, se despidió de los ruedos el picador Ricardo Morales El Güero de la Capilla, fundador de una destacada dinastía, y dejaron magníficos pares Gustavo Campos, Rafael Romero, Sergio González y Fernando García hijo.