Agencias/ Madrid.- Los cines españoles estrenaron “Dolor y Gloria” la película más íntima de Pedro Almodóvar en cuarenta años de carrera, centrada en un realizador melancólico interpretado por Antonio Banderas.

Aunque prometió que jamás publicaría su autobiografía, Almódovar ha admitido estar “emocionalmente desnudo” en esta película, su vigésimo primera, en la que aborda de una forma sobria, casi púdica, el amor, el dolor y la reconciliación.

“Necesitaba hacer una mirada muy introspectiva hacia mí mismo, incluso hacia la parte más oscura de mí mismo, y mezclarlo con los recuerdos más luminosos de mi infancia”, explicó a la televisión pública española.

Un niño que se descubre homosexual en un medio rural y católico, dos hombres maduros que se besan tiernamente… Su mundo íntimo se encuentra condensado en el largometraje, que pasa por el escáner las emociones y los lamentos de una vida, pero sin los excesos de un melodrama.

“Yo soy dueño de mis historias e impongo mi universo con todo el orgullo y toda la prepotencia que eso otorga”, indicó Almodóvar al medio español eldiario.es.

“Y en mi universo hay dos señores mayores que se besan con pasión y, justo después, uno de ellos regresa a su vida con su mujer y sus hijos”, agregó.

  • Banderas, “mi Mastroianni” –

A sus 69 años, Almodóvar se brinda nuevamente el placer de filmar los andares y las miradas de su actriz fetiche, Penélope Cruz, a quien confía un rol prominente, la de joven madre que se pliega ante los problemas pero se ilumina cantando en el lavadero.

La actriz española Julieta Serrano, que aparece en la primera cinta del manchego “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980)”, representa a la madre ya mayor. Esa que hace repetir las instrucciones para su entierro. Esa que insiste, en vano, “no quiero que pongas nada de mí en tus películas”…

Y como alter ego, Almódovar escogió al andaluz Antonio Banderas, 11 años menor, que adoptó su cabellera áspera y blanca, su vestimenta de colores puros, para representarlo sutilmente pero sin caer en la imitación.

“Me llevó tiempo comprender que Antonio era mi legítimo Mastroianni”, confesó Almodóvar a El Mundo, en referencia al papel de cineasta depresivo que Federico Fellini confió a “su” actor italiano en “Fellini, ocho y medio” (1963).

Banderas, un actor elevado a la gloria pero que ha sufrido dolor personal, con varias operaciones de corazón en los últimos años, consigue expresar la vulnerabilidad de un creador cerrado en su apartamento-museo para quien su vida “carece de sentido” sin rodar.

Un Banderas que se conoce al dedillo el abecé del cine de Almodóvar, a quien conoció a principios de los años 1980 y con quien grabó en esa época primeriza cinco películas, entre ellas “Átame”.

En entrevistas recientes, Almodóvar se ha dedicado a aclarar partes de la ficción que no son fieles a su biografía: a sus nueve años no se enamoró de un albañil, aunque hubiera podido pasar.

Y no, la heroína que descubre su alter ego en la pantalla no ha sido jamás su droga, él prefería sobre todo la cocaína.

Gran descubridor de actrices, el realizador lleva a la gran pantalla a una cantante española que le ha impresionado, Rosalía, revolución de 2018 por su flamenco fusionado con la música urbana.

Su aparición es breve, solo el tiempo de interpretar una nostálgica “copla”, un cante tradicional, que nos conduce de nuevo a la infancia.

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