Perfiles Políticos/Por Francisco J. Siller/Ciudad de México.- La escalada de violencia y agresión que vive la Universidad Nacional Autónoma de México es inadmisible. Grupos de embozados armados con mazos, picos, varillas y petardos con la exigencia del cese de la violencia de género, intentan a toda costa paralizar las actividades académicas.
Es claro el intento por desestabilizar a la Máxima Casa de Estudios, de amedrentar a alumnos y académicos, pero sobre todo de interrumpir las labores en el mayor número de planteles, ya sean del nivel preparatorio o profesional, en oposición a la mayoría de jovenes que si quieren asistir a clases.
Hace unos días –el jueves anterior– en ocasión a la interrupción de clases en la Facultad de Ciencias Políticas en Ciudad Universitaria, leí el comentario de un académico vertido en las redes sociales que hacía notar que antes, cuando se paraban clases era por acuerdo de una asamblea estudiantil. Ahora unos cuantos llegan y sacan a todos de los planteles.
Antes se sabía quienes –porros, grillos y fósiles– eran los que “mataban” las clases, hoy son jovenes embozados, de los que se ignora si son alumnos, o si lo son, de que plantel universitario vienen. Si ocultan el rostro es porque no quieren ser identificados, ni relacionados con aquellos que los patrocinan.
Y para muestra un boton, pues luego de un intento fallido, el martes, por tomar por la fuerza la Facultad de Derecho, estudiantes, trabajadores y personal académico los enfrentaron y lograron sacarlos. Raúl Contreras, director de la Facultad denunció que los encapuchados eran personas ajenas a la comunidad estudiantil.
La intención es vandalizar como lo ocurrido en la Torre de la Rectoría, con pintas y rotura de cristales, actitudes en las que no cabe los deseos al diálogo de las autoridades universitarias, sobre todo cuando se insiste que no hay soluciones reales a los pedimentos de los colectivos femeniles.
Ya basta que esos grupos radicales continúen sembrando la violencia en el campus universitario y que sigan actuando con impunidad escudándose en la extraterritorialidad de la autonomía universitaria y de nada vale que en los últimos días hayan sido presentadas 16 denuncias penales por hechos de violencia en contra de instalaciones de la máxima casa de estudios.
Solo falta la gota que derrame el vaso –que en una de esas la sangre llegue al río–, para que se obligue a las autoridades universitarias y a las civiles a actuar sin menoscabo de la autonomía universitaria. Debe investigarse quen está atrás de los violentos, quienes son los verdaderos promotores de la agresión y la violencia.
La UNAM vive un crecimiento exponencial del narcomenudeo, agresiones sexuales a alumnas, asaltos y robos. Es como un montón de paja que puede incendiarse con facilidad, sobre todo cuando las causas no se atienden en su origen y crecen y crecen, como bola de nieve cuesta abajo.
Hasta el martes eran siete las preparatorias y facultades que se encuentran cerradas, y doce más podrían unirse paulatinamente a esta escalada, donde se discute sobre las acciones a tomar para que la UNAM mejore la seguridad en los planteles y frene a acosadores sexuales. O por lo menos ese es el pretexto.
Y por si fuera poco, desde las redes sociales se promueve un paro general, lanzado por los colectivos feministas. Ya se cumplen cuatro meses de marchas, protestas y toma de planteles. Eso sucede porque no ha habido respuesta satisfactoria a los cientos de denuncias presentadas, y a los resultados que se han dado en cuentagotas.
La UNAM es una bomba de tiempo y las promesas de sus autoridades, quedan solo en eso: Promesas.
Francisco J. Siller
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