Por Ernesto Villanueva/Revista Proceso/.- Han pasado las elecciones del Estado de México y toca seguir adelante. No tengo duda de que Andrés Manuel López Obrador no acumula riquezas como finalidad para ejercer el poder público. Creo que en gran medida lo anima un deseo auténtico de hacer una reforma en el diseño institucional del país tan grande como sea posible. En todos estos años ha podido escuchar de primera mano las múltiples historias de corrupción e impunidad que gozan de cabal salud a lo largo y ancho del país. Distintas encuestas coinciden en que si hoy fueran las elecciones, él sería el ganador prácticamente indiscutible, pero no es el caso.
Faltan, sin embargo, varios meses en los que todo puede suceder. Las elecciones del Estado de México deben ser una lección aprendida de lo mucho que falta para conmover a una sociedad diletante, apática, corruptible, con un bajo nivel educativo y ausencia de valores democráticos. Y el Estado de México no es la excepción. Esa circunstancia se repite, en mayor o menor medida, en todo el país.
Además de lo anterior, advierto varios puntos que con toda seguridad serán aprovechados para hacer naufragar, de nueva cuenta, la aspiración legítima de López Obrador por ser presidente de la República.
He revisado con mis alumnos diversas entrevistas que le han hecho en los últimos meses. Hay un común denominador: un discurso elemental, ausencia de formación, falta de lecturas básicas y déficit de reflejos políticos en su interacción con los medios en ambientes no controlados. Por si lo anterior no fuera suficiente, se perciben problemas recurrentes de autocontención ante preguntas que considera incómodas, incorrectas o agraviantes. Con razón o sin ella, Andrés Manuel reacciona justo al contrario de lo que sugieren todos los cursos de entrenamiento de medios que ponderan mantener el control de sí mismo.
En semanas pasadas, en una entrevista con Carmen Aristegui, puso en evidencia su impericia jurídica en cuestiones básicas cuando la periodista le preguntó si un expresidente puede ser sancionado. No supo qué contestar, y al final lo hizo mal y de malas. Peor aún, tuvo un trato poco comedido con Aristegui, haciéndole acusaciones implícitas de “cumplir su papel” –entiendo que de actuar al margen del periodismo y adoptar una inverosímil postura de denuesto contra el presidente nacional de Morena. Habría que recordar que Aristegui tiene entre su audiencia a un amplio sector que comulga con López Obrador.
Antes, un desencuentro más claro lo había tenido con José Cárdenas, quien puede ser señalado de todo, menos de ser un mal periodista. Las preguntas que le formuló tenían un claro interés público y la reacción de AMLO fueron imputaciones personales contra el comunicador, quien reaccionó, no sé si de modo correcto o no, pero ciertamente no dejó pasar que lo acusaran de delitos no sólo sin pruebas, sino sin indicio alguno.
En la misma tónica, semanas atrás y con Ciro Gómez Leyva –quien es evidente que tiene una mala relación con Andrés Manuel–, el dirigente de Morena no pudo hilar un tejido argumentativo con una mínima solidez. Vamos, no pudo señalar un solo acto de corrupción del presidente Enrique Peña Nieto –a pregunta expresa– y se salió por la tangente, poniendo de relieve su falta de credenciales cognitivas. Y vaya que hay muchos actos de corrupción de Peña Nieto comprobables. Yo, en mi oportunidad, llamé la atención sobre la sarta de mentiras del presidente en su declaración patrimonial.
Y si se compara, por ejemplo, la formación de Arturo Núñez, gobernador de Tabasco, con la de Andrés Manuel, sería tanto como comparar un jugador de primera división con uno de futbol llanero. No defiendo el gobierno de Núñez, pero nadie me podría cuestionar que la izquierda tiene pocos –muy pocos– polemistas formados e informados como este tabasqueño que dejó de estar en el círculo cercano de López Obrador por el pecado de hablar con la verdad. Y día con día se puede ver que AMLO se empieza a convertir menos en un líder político y más en un dirigente de una religión, pues lo que dice no es motivo de reflexión, de deliberación, sino que apela a volverse un acto de fe que no admite discusión alguna.
Hay muchos seguidores que, pienso, en su fuero interno saben que está cuesta arriba el triunfo de este personaje, pero se mantienen porque van en busca de los cargos públicos que tendrían a resultas de un triunfo en la elección presidencial. Esas almas se venden como nobles y puras, aunque sólo ven por sí mismas.
Es lamentable que el principal opositor del régimen priista corrupto y corruptor se vaya quedando atrás de las necesidades que las prácticas democráticas exigen. Mucho lograría, en caso de animarlas, de sacar del mexicano el coraje acumulado por los agravios sufridos por generaciones enteras, lo que debe ser expresado en participación cívica efectiva, en salir a votar, en defensa del sufragio.
Mucho indica que Andrés Manuel ha extraviado el camino y que, contra lo que sus seguidores creen, no es el imán que puede unir a las diversas tonalidades de la izquierda mexicana. Se está convirtiendo, para mal del país, en un pasivo más que en un activo para esa unidad de la izquierda que el país tanto requiere, mientras el PRI y sus aliados hacen lo que quieren con lo que queda del país.