Por Ernesto Villanueva/Revista Proceso/Ciudad de México.- Margarita Zavala se pinta de cuerpo entero con el ofensivo discurso donde –se supone– explica por qué se ha retirado de la contienda presidencial. En efecto, quien haya hecho su guion discursivo pareciera ser su peor enemigo. Veamos.
Primero. Margarita Zavala se duele de las asimetrías y debilidades del sistema de partidos, de las diferencias entre las prerrogativas a los partidos, de las diferencias abismales entre los espacios en radio y televisión entre los candidatos de los partidos y los independientes.
¡Por favor! No puede llamarse a sorpresa o engaño. Esas reglas están desde que ella decidió incursionar en la aventura de ser candidata independiente y no han sido cambiadas después de iniciadas las campañas. Son exactamente las mismas antes y después del proceso electoral en marcha. Es ofensivo que ahora resulte que hasta mediados de la campaña ha caído en cuenta de esa realidad. Es o se hace. O las dos cosas. Son ofensivas para la inteligencia de los mexicanos esas palabras llenas de retórica estulta y vacía de contenido lógico-racional. Zavala tiene una gran experiencia política de más de 20 años y estuvo viviendo de cerca el ejercicio del poder con su esposo Felipe Calderón en el sexenio pasado. ¿Por qué, si debían saber ella o sus asesores el mínimo minimorum de la normativa legal existente, decidió entrar con conocimiento de causa a ese juego perverso? ¿Por qué esas propuestas de reforma, como la segunda vuelta, no las puso en práctica cuando pudo hacerlo, cuando su marido fungió como presidente de la República?
Segundo. La ahora excandidata presidencial sostiene que su decisión fue por “honestidad política” y “congruencia”. Vaya cinismo. Si hubiera tenido la honestidad que pregona, de entrada, no le hubiera hecho el juego al deficiente sistema electoral que hoy repudia, pero cuyas normas explícitamente decidió aceptar. Por un lado, renuncia a los escasos recursos públicos otorgados por el INE, pero por otro, violando la mínima ética pública, mal utilizó los recursos públicos destinados a los privilegios expresidenciales de su marido. Ya ni José Antonio Meade tiene el ostentoso aparato de seguridad con agentes en activo del Estado Mayor Presidencial en funciones de asistentes de su fallida campaña, haciéndoles violar la ley al llevar a cabo actividades que escapan de sus atribuciones legales. Es obvio que por ningún motivo el Ejército está para hacer campaña electoral, así sea a favor de la esposa de Felipe Calderón, como si ella estuviera por encima de la Constitución.
Tercero. Margarita Zavala ha reconocido que tuvo presiones de empresarios para que renunciara a su candidatura. Una actitud honesta y congruente de la expanista hubiera sido denunciar públicamente a los personajes que ejercieron la presión, con los elementos probatorios de sus asertos, y anunciar que precisamente por honestidad y por compromiso con quienes han confiado en ella seguiría hasta el final. Ese gesto le hubiera valido un importante reconocimiento social e incluso hubiera tenido un impacto positivo en sus preferencias electorales. No lo hizo. Claudicó ante esas presiones en perjuicio de quienes habían creído en ella.
Cuarto. En un grave ejercicio de soberbia, Zavala afirmó que dejaba “en libertad” a sus simpatizantes para que votaran conforme a sus convicciones. Faltaba más. Ningún ciudadano tiene la obligación de pedirle permiso a la esposa de Calderón para saber por quién votar o si van a votar, así sean sus simpatizantes. Como abogada debió saber que carece de facultades para otorgar libertad a alguien, como si se viviera en tiempos de esclavitud y ella generosamente les diera la constancia según la cual ya sus seguidores son ahora hombres y mujeres libres, como una suerte de gracia concedida por agradecimiento a sus servicios prestados en campaña. Es un despropósito. Ese acto fallido –es decir, la expresión del pensamiento sin pasar por el matiz de la razón– la revela como una autócrata. Qué decir de los recursos públicos gastados por ella para conseguir sus firmas, de la buena fe de sus seguidores a quienes, por supuesto, no consultó para tomar su decisión y los dejó vestidos y alborotados. La irresponsabilidad de haber utilizado además los recursos del pueblo en sus promocionales con tiempos del Estado –hayan sido pocos o muchos– y dejar correr la impresión de las boletas sin atender ningún criterio de pretendida honestidad.
Quinto. Lo cierto es que Margarita Zavala demostró su falta de “congruencia”, lo que se puede comprobar si alguien se toma la molestia de cotejar lo que dijo antes y durante su campaña y lo que expresó como discurso de despedida no sólo de la candidatura presidencial, sino de la política electoral como una perdedora en todo sentido. Es improbable que pase a la historia como la primera mujer candidata presidencial independiente como ella presumió en el citado discurso; antes bien, lo hará como una traidora a sí misma, como un ejemplo de corrupción y un caso de dilapidación del dinero público que no debe repetirse jamás. Más aún, debe generar precedente para que quien se comprometa a contender por un cargo público y renuncie sin causa debidamente justificada y limitativa –no sería lo mismo si, por ejemplo, Zavala dijera que se le ha detectado un cáncer terminal y por respeto al electorado renuncia, ahí sí nadie está obligado a lo imposible– reembolse los gastos que el pueblo mexicano pagó más una sanción pecuniaria por engañar ya sea por dolo o por negligencia a los electores.