Texto Periódico El Mundo/París.- El fútbol suele estar cargado de momentos de extrema belleza. Incluso en una Eurocopa que debería ser recordada como de las peores de siempre. De una calidad incluso inferior a la perdida por Portugal en 2004 frente a Grecia. Por eso, cuando ese larguirucho delantero llamado Éder comenzó a correr en el minuto 109 frente a un sorprendido Koscielny, su hinchada comenzó a ver motivos para detener sus risas. Ese escarnio que acostumbró a acompañar durante tanto tiempo a un delantero en el que sólo un perro viejo como Fernando Santos podía creer. Éder, poseído por vaya usted a saber qué dios, o que demonio, se vio en el cuerpo de un gigante. Tampoco supo Lloris lo que le venía encima hasta que ya fue demasiado tarde. Un latigazo desde 30 metros que arrastraría a todo un país al primer título de su historia. Una hazaña que quizá sólo pudiera ser concedida por un antihéroe la noche en la que cayó Cristiano.

“Ronaldo me dijo que sería yo quien marcaría el gol de la victoria. Me trasladó su fuerza, su energía. El pueblo portugués lo merecía”, decía, con la voz entrecortada, Éderzito António Macedo Lopes. Conocido en el negocio simplemente como Éder, otro hijo de la inmigración, nacido en Guinea-Bissau, y que llegó a Portugal con sólo tres años. La miseria en la que vivía la familia llevó a sus padres a internar al niño en una institución que se encargaría de criarlo.

Sus condiciones físicas, desde muy joven, le auguraban un notable futuro como ariete. Aunque su trayectoria fue cayendo en picado a medida que subió la apuesta. Para hacernos una idea, desde su estreno en el fútbol profesional en el Tourizense de la Segunda portuguesa en la temporada 2006-2007, donde cobraba 400 euros al mes, en ninguno de sus equipos (Académica, donde un carnicero le regalaba una chuleta por cada gol que marcaba, Braga, Swansea y, por último, Lille) fue capaz de marcar más de 16 goles en una temporada (una atalaya alcanzada con el Braga en 2013).

Por entonces, Éder ya había logrado debutar en la selección absoluta de Portugal, en agosto de 2012 en un partido contra Azerbayán. Pero su mala pata, que nada tenía que ver con malditismo alguno, le llevó a una insoportable racha de 17 partidos sin ver puerta como internacional. Su primer gol, de hecho, llegó tres años después de su debut. Semejante acontecimiento ocurrió el 16 de junio de 2015, en un amistoso contra Italia.

Pocos esperaban a Éder. Quizá, el único que siempre pensó un futuro mejor para el delantero fuera Fernando Santos. Un entrenador que sólo había sido capaz de ganar una liga en 29 años en los banquillos. No le importó al técnico que el delantero, en la que debía ser la mejor oportunidad de su vida laboral tras fichar por el Swansea de la Premier, fracasara con estrépito. Tanto que no marcó un solo gol en sus 15 partidos con el equipo galés.

Sin embargo, con el desprecio como gran acompañante de viaje, supo que en su camino, además de curvas, también podía haber alguna recta que llevara a la felicidad. Encontró refugio precisamente en Francia, qué cosas. Un país que ya nunca más podrá olvidar. En el Lille de la Ligue 1 se embolsó seis goles en 14 encuentros.

Era el principio de una nueva vida que tuvo en la noche del domingo parisina su punto culminante. Éder, como aquel Charisteas de Da Luz en 2004, incluso como Belletti en la final de la Champions ganada por el Barcelona en Saint-Denis hace diez años, nos recordó la inevitable atracción del antihéroe.”Desde el primer día sabía que mi oportunidad iba a llegar.

Precisamente, desde que Fernando Santos me llamó. Él conocía mis cualidades, pero también mis compañeros. Confiaban en mí”, clamaba Éder, exultante, y reivindicativo: “Trabajé para poder ayudar a que esta Eurocopa fuera posible. Lo logramos”.

A Éder, que hasta el gol de su vida sólo había marcado tres con la camiseta de Portugal, todos en amistosos, ya nunca más le acompañará la mofa. La historia fue suya.

Francisco Cabezas- Periódico El Mundo-España

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