Agencias/Ciudad de México.- Son una moda inevitable: toda start up que se precie, adopta la organización de la oficina en disposición ‘open space’, o lo que es lo mismo, la eliminación de barreras físicas y un espacio diáfano en el que se ubican los trabajadores.

El objetivo de este formato de oficina es fácilmente reconocible: se persigue fomentar la comunicación y la horizontalidad de los trabajadores; al no haber despachos, son todos iguales y, al no haber barreras, es lógico pensar que interactuarán más entre ellos.

Craso error.

Salvo honrosas excepciones, si te asomas a cualquier oficina con este formato, a buen seguro que lo que verás son decenas o centenares de cabezas imbuidas en su mundo con unos auriculares con cancelación de ruido. Es decir, que el efecto parece haber sido justo el contrario.

El ser humano es social pero… todo tiene un límite

Se trata de una incómoda realidad que ningún directivo parece dispuesto a abordar, a fin de cuentas, ¿van a estar equivocadas todas las rutilantes estrellas de Silicon Valley? Apple, Google y Facebook, entre otras, cuentan con un diseño de oficina abierta.

De hecho, los empleados de Cupertino ni siquiera tienen una mesa asignada: acceden a diario con su ordenador y escogen el sitio que más les convenga en función de las reuniones que vayan a tener o el tipo de trabajo que vayan a desempeñar. Vamos, un coworking pero dentro de una misma empresa.

Este problema lo ha desvelado David Brooks en un valiente artículo de opinión publicado en el New York Times y bajo un título muy sugerente: “La horrible inmortalidad de las oficinas abiertas”.

El drama de este formato que nadie parece querer resolver parte de un hecho científico: el hombre es un ser social, pero hasta cierto punto. Es decir, que en una primera instancia, eliminar barreras físicas puede estimular la socialización, pero llegados a un punto, el ser humano necesita su intimidad.

Más bajas y menos productividad en las open space

La gran paradoja de la socialización de las oficinas abiertas llega en forma de cifras: en este formato se interactúa un 70% menos que en una organización de despachos, y lo que resulta peor: casi un tercio de los trabajadores no son sinceros en sus conversaciones por teléfono al sentirse (y serlo) escuchados por el grupo.

La distribución abierta incrementa asimismo el uso de la mensajería y el correo electrónico y, por último, los trabajadores son menos productivos. Así, un exhaustivo estudio llevado a cabo en 2020, desveló que los trabajadores eran un 14% más productivos en despachos que en entornos abiertos.

¿Quiere todo esto decir que el modelo de oficina abierta ha fracasado? Desde luego que no, pero dependerá mucho del tipo de organización y, sobre todo, de una cuestión de costes y organización.

Las oficinas abiertas son, a la larga, menos costosas para las compañías, ya que estas se pueden beneficiar de puestos flexibles y no una ocupación estática de despachos. Por otro lado, un espacio abierto en el que todos los trabajadores se encuentran en igualdad de condiciones, elimina las posibles barreras jerárquicas, poniendo a todos al mismo nivel.

Pero estas serían únicamente las ventajas de las oficinas abiertas, que contarían además con otro efecto secundario tan perjudicial como inesperado: un aumento del 27% en las bajas laborales frente a la organización por despachos.

Los trabajadores en estos formatos de oficina se sienten vigilados y esto no deriva en una mayor productividad, al contrario, el trabajador, al que se respeta su privacidad, tiende a ser más responsable y productivo.

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