Texto Periódico Marca/París.- Lo había dicho antes de empezar el torneo Mats Wilander, campeón en la tierra de Roland en las ediciones de 1982, 1985 y 1988, “La longevidad de Nadal en el circuito dependerá de lo que pase en París”.
Rafael Nadal, triunfador ante Dominic Thiem por 6-3, 5-7, 6-1 y 6-1, en 3 horas y 1 minuto, no ganaba un ‘Grand Slam’ desde hacía un año, precisamente en la capital gala y ante el mismo contrincante. Se le había escapado después por un punto la final de Wimbledon, se había visto obligado a retirarse por lesión de la penúltima ronda del US Open y perdió la pasada final de Australia.
Ganar significaba un golpe de confianza para buscar la proeza de igualar o superar los 20 grandes de Roger Federer y perder le alejaba definitivamente de ese prestigioso récord al mismo tiempo que podía acerca a él un rival directo para la gloria eterna como Novak Djokovic.
Djokovic se quedó en las semifinales y eso fue una liberación para el español. No en vano había cedido con él los últimos tres precedentes en los ‘majors’. Delante estaba ayer Dominic Thiem, un especialista en tierra y el único jugador, aparte de Djokovic, que ha sido capaz de superar cuatro veces a Nadal en cancha lenta.
Pero Thiem, a sus 25 años, nunca había ganado una gran cita del calendario. Y, visto lo visto, le va a costar imitar a Andy Murray, Stan Wawrinka, Juan Martín Del Potro y Marin Cilic, que sí fueron capaces de sacar la cabeza en medio de la dominación en el tenis del ‘Big Three’ desde la primera coronación de Rafa en París.
Han pasado 14 años pero al balear le da igual. Sigue tumbando rivales con la misma ambición de la primera vez. Como dice Jimmy Connors, que sigue ostentado el tope de títulos con 109, “este tipo juega siempre como si estuviera arruinado”.
Nadal tiene un carácter ganador desde que se levanta hasta que se acuesta. Mucho podrían contar los miembros de su equipo de las partidas de parchís que siempre caen del lado del campeón de 18 grandes.
“Juega cada punto como si le fuera el partido en ello”, declara Björn Borg, el sueco que levantó seis veces la Copa de los Mosqueteros entre 1974 y 1981. Sólo falló en 1976, cuando cedió ante el italiano Adriano Panatta.
Rafa ha decantado a su favor 93 de los 95 duelos en el Bois de Boulogne. Si en 2020 suma el 12 +1, llegará a los 100 partidos ganados, una cifra redonda más dentro de su dominio sobre el polvo de ladrillo.
“Nunca pensé que habría otro Borg y, de repente, apareció Nadal”, reflexiona Rod Laver, la leyenda australiana que le entregó este domingo el trofeo en el 50 aniversario de su segundo título.
Por fin la mala climatología dio una tregua. No llovió e incluso hacía una temperatura agradable. Sólo con escuchar la presentación de Nadal a los asistentes se les puso la piel de gallina. Si tenían dudas de que estaban delante de una leyenda se les quitaron rápido.
Empezaba sacando el balear, como siempre en todos los partidos de la gira europea de arcilla. Había tanto silencio que las lágrimas de un niño sonabam de tal manera que se paró todo con 15-15.
En la reanudación de las hostilidades, cinco minutos necesitó el triunfador para tomar la delantera. Su rival austriaco ternía armas para acorralar a su rival y estaba dispuesto a utlilizarlas.
Thiem tiene derecha, revés y servicio. Pero inició su puesta en escena con la pelota con una doble falta. Después de los compases de tanteo, una cosa estaba clara: Dominic tenía piernas para defender a pesar de sumar cuatro días en acción.
El pupilo de Nicolás Massú sabía que sus pocas opciones de triunfo pasaban por decantar a su favor la manga inicial. Por eso salió a tope de adrenalina. El austriaco había aguantado 21 minutos sin que le hicieran un ‘break’, algo que no habían logrado Yannick Hanfmann, Yannick Haden, David Goffin, Juan Ignacio Londero, Kei Nishikori y Roger Federer.
De hecho, fue el finalista quien abrió la primera brecha ante el griterio de una grada que veía debilidad ante un jugador casi inexpugnable. Rompía en el quinto asalto con una agresividad descomunal.
Lejos de aprovechar esa renta, la dilapidó en dos minutos. Se pasó de un posible 2-4 al 3-3. Nadal las había metido todas dentro, con un de intensidad, y poco más. Otra posibilidad de rotura llegó a la raqueta de Thiem en el séptimo juego. Esta vez no la aprovechó. Se escuchaba el grito de Toni Nadal animando a su sobrino.
La iniciativa era del cuarto cabeza de serie pero lo que cuenta es el marcador. Y este dictó sentencia a favor del que siempre gana y casi nunca pierde. Thiem se fue a la silla de cambios tras hincar la rodilla en el primer set con la sensación de que no había hecho nada mal para merecer eso.
Hubo una tregua. Después de la tormenta vino la calma. Les vino bien a los dos porque no hubiera aguantado tanto dale que te pego mucho más. Nadal sirvió dos veces con la presión que un fallo le costaba las tablas en el tanteo. Fue con 4-5 y 5-6. En el decimosegundo juego le pudo irremediablemente la responsabilidad.
Dominic, que había sumado un punto en todo el set, se llevaba cuatro de golpe que podían cambiar el desenlace. Al menos darle emoción. Rafa, contrariado, se fue a los vestuarios a lamerse las heridas. Para encontrar al último valiente capaz de quitarle algo al extraterrestre en su guarida el domingo final había que remontarse a Djokovic en 2014.
Inicio arrollador
Tanto se relajó el aspirante por haber igualado el duelo que entregó su saque en blanco en la continuación. Del manacorí fueron 16 de los siguientes 17 puntos. Los nubarrones que había en su cabeza se disiparon por completo.
El bajón de energía de Thiem vino de golpe. Le pesaban como una losa las cuatro horas y 13 minutos de enfrentamiento con Djokovic. El 4-0 de salida no dejaba dudas sobre la nacionalidad del ganador. El español se volvería emocionar con el himno.
Con 33 años recién cumplidos, el mosquetero de la ‘Armada’ ya echa el aliento a Federer y su registro de ‘majors’. Nunca antes estuvo tan cerca y volver a reinar en París es el subidón que necesitaba para seguir creyendo. Se le fue larga una derecha pero sentenció con un error de Thiem.