Agencias/ Ciudad de México.- Desde hace diez años, Fahad se ganaba la vida cómodamente vendiendo vestidos de novia en su tienda de Kabul. Pero desde el 15 de agosto y la llegada de los talibanes a la capital afgana no ha vendido ni uno.
En una sastrería elegante situada cerca, el ambiente es igual de sombrío. En dos semanas, Tanveer sólo pudo vender un Shalwar Kameez, la amplia ropa tradicional afgana para hombres.
En su tienda de electrónica, Adbul Hassan confiesa haber apagado la luz y desactivado el sistema de aire acondicionado con la esperanza de ahorrar al menos un poco de dinero, debido a la falta de compradores en los últimos 20 días.
El único sonriente es Fawzi, cuya familia tiene una tienda en el barrio de Parwan-e-seh, que sale adelante tras diversificarse vendiendo burqas e hijabs.
Desde el regreso al poder del movimiento islamista, los pequeños comerciantes se esfuerzan por llegar a fin de mes y muchos hablan de cerrar la puerta y buscar una oportunidad en el extranjero.
“Nadie tiene dinero”, señala Fahad en su tienda de vestidos de novia.
Basta con salir a las calles de Kabul para ver las largas colas que se forman cada día frente a los bancos de la capital. A fin de evitar los retiros excesivos, las autoridades decidieron limitarlos a 200 dólares por persona.
En previsión de un posible “ajuste” por parte del nuevo régimen en las próximas semanas, Fahad planea retirar de su tienda las cabezas de sus maniquíes para no llamar la atención de los talibanes. “No se pueden mostrar fotos ni la cara de la gente”, explica.
Al igual que todos los comerciantes con los que la AFP se reunió, Fahad pidió el anonimato para él y su tienda por temor a represalias. “Por el momento, no sabemos lo que podemos hacer y lo que no debemos hacer”, explica. “Así que trato de actuar como cuando los talibanes estaban en el poder entre 1996 y 2001”.
En aquel entonces -Fahad era un joven adolescente-, las mujeres habían desaparecido del espacio público, la televisión y la música habían sido prohibidas y los hombres debían tener una barba larga y llevar la vestimenta tradicional.
Veinte años más tarde, los talibanes prometieron que su política sería menos brutal. Sin embargo, a falta de un gobierno y de normas claras, muchos afganos y afganas no saben qué hacer o no hacer.
En su tienda, Tanveer viste ahora un shalwar kameez. “Nadie me lo pidió, pero estoy preocupado y lo hago en caso de que los talibanes vengan a comprobarlo”.
Tentación del extranjero
Abdul Hassan se pregunta qué hará con las decenas de pantallas planas de alta gama que se exhiben en su tienda si los talibanes deciden prohibir la televisión. “No he vendido nada en mucho tiempo. No sé si puedo pagar el alquiler, así que apagué la electricidad para ahorrar dinero”, explica.
Si la situación se prolonga, piensa abandonar el país e instalarse en Irán y, por qué no, en Europa un poco más tarde.
Por el contrario, Fawzi vio en el regreso de los talibanes una oportunidad y ahora se pueden encontrar en su tienda burqas en medio de una selección improbable de medias de red fabricadas en China, preservativos o incluso cajas de ungüentos que prometen maravillas.
“Vendí 60 burqas en dos semanas y vendí aún más hijabs”, comenta a la AFP.
En cambio, su propuesta de comprar electrodomésticos a los afganos que tratan de huir del país no recibió la misma acogida.
“De hecho, había puesto un anuncio en Facebook y alguien me llamó”, detalla. “Me dijeron que parara, porque animaba a los afganos a irse. Querían saber quién era y dónde estaba mi tienda”. Inmediatamente borró el anuncio y tiró su tarjeta SIM.