Por Erick Olivera Méndez/Ciudad de México.- Las elecciones presidenciales en Estados Unidos siempre traen consigo expectativas de cambios en la política exterior. Sin embargo, en lo que respecta a las relaciones comerciales con China, el resultado parece inmutable. La guerra comercial entre ambas potencias ha escalado a tal punto que, gane quien gane la Casa Blanca, la tensión comercial y geopolítica entre Estados Unidos y China seguirá su curso.
En los últimos 12 meses, el déficit comercial de Estados Unidos con China ha superado los 30 mil millones de dólares, una disparidad que ha sido un foco de atención para ambos partidos en el contexto electoral. Aunque el gobierno chino ha expresado su deseo de mantener relaciones de respeto, la realidad es que tanto en la agenda de Kamala Harris, actual vicepresidenta y candidata demócrata, como en la de Donald Trump, el enfoque parece inclinado hacia una postura más dura contra la potencia asiática. No hay señales de que alguna administración busque una salida amistosa a las tensiones, y esto indica que la confrontación continuará, independientemente de quién gane las elecciones.
La confrontación entre ambos países ha evolucionado desde el comercio hasta el ámbito tecnológico y militar. Durante el mandato de Trump, los aranceles impuestos a las importaciones chinas llegaron a 370 mil millones de dólares y Huawei, el gigante tecnológico chino, se convirtió en un símbolo de esta guerra. A pesar de un acuerdo en 2020 para reducir parcialmente los aranceles, las restricciones tecnológicas y las acusaciones mutuas de espionaje y sabotaje persisten. Las recientes ventas de armamento de Estados Unidos a Taiwán y las acusaciones de hackeos aumentan las fricciones bilaterales, dejando claro que los intereses de ambas naciones están en un choque que va más allá de los negocios.
Curiosamente, México se ha convertido en uno de los grandes beneficiados de esta disputa. Impulsado por el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), el país ha ocupado un lugar privilegiado como exportador hacia Estados Unidos, a medida que las sanciones comerciales han reducido las importaciones chinas. Sin embargo, esta ventaja también puede tener un costo. Trump, en sus discursos, ha amenazado con sanciones económicas sobre los automóviles chinos armados en México, lo que podría desencadenar nuevos conflictos comerciales y presionar a México a alinearse más estrechamente con las políticas de Estados Unidos.
En este escenario, es probable que las tensiones con China sigan marcando la agenda de la Casa Blanca en los próximos años, sin importar el partido en el poder. A medida que el mundo se vuelve cada vez más multipolar y las potencias buscan asegurar su posición, la relación entre Estados Unidos y China seguirá siendo una mezcla de competencia económica, tecnológica y militar. Así, gane quien gane, la rivalidad con China continuará como un eje central de la política exterior estadounidense, afectando no solo a ambos países, sino también a socios comerciales como México, quienes deberán maniobrar con cuidado en este complejo entorno.