Por Erick Olivera Méndez/Ciudad de México.- El conflicto político en América Latina cada vez se agudiza más y convierte a la democracia en un recurso de dos bandos que cuando culmina la jornada electoral no necesariamente concluye la batalla política y social y no permite gobernar con el respaldo de mayorías absolutas, aunque técnicamente el triunfo lo legitime el voto mayoritario.
Este fenómeno se ha convertido en una realidad y Brasil es el más reciente ejemplo de cómo la polarización política ha desembocado en desacuerdos que se instalan en el ánimo público y pueden llegar a desconocer el resultado de la votación y a representar un riesgo para la gobernabilidad y la estabilidad de una nación.
En la segunda vuelta electoral en Brasil Luiz Inácio Lula da Silva derrotó a Jair Bolsonaro por un margen muy estrecho: 50.9 por ciento del voto de los simpatizantes de Lula frente a 49.1 por ciento de los seguidores del actual presidente Bolsonaro.
Este margen, de poco más de 2 millones 139 mil votos que le dieron el triunfo a Lula y que le otorgan la legitimidad para volver al poder, en los hechos representa un potencial problema de gobernabilidad en una sociedad tan dividida.
La historia política en Brasil corre el riesgo de mantener el encono social que ha experimentado en los últimos años y que los resultados electorales de la segunda vuelta mostraron con mucha claridad: una lucha de dos grandes facciones que en un universo de poco más de 124 millones 252 mil electores -que representó una participación de casi el 75 por ciento del padrón electoral-, a Lula lo hayan respaldado poco más de 60 millones de ciudadanos y a Bolsonaro poco más de 58.
En esas condiciones el triunfo de Lula “estaba matemáticamente definida”, según las palabras que utilizó el Tribunal Supremo Electoral de Brasil. Los poco más de 2 millones 139 mil votos de diferencia legitimaban a Lula, pero mantienen vivo el encono de las dos grandes facciones sociales que se disputan la forma de gobernar en Brasil.
“Hoy el único ganador es el pueblo brasileño; esta no es una victoria mía ni del Partido de los Trabajadores, ni de los institutos políticos que me apoyaron en la campaña, es el triunfo de un movimiento democrático que se formó por encima de partidos, intereses personales e ideologías, de tal forma que la democracia saliera victoriosa”, dijo Lula luego de que se dieran a conocer los resultados de la elección.
“Dios siempre ha sido muy generoso conmigo y sobre todo en este momento en que no enfrentamos un adversario, un candidato; enfrentamos a la máquina del Estado brasileño colocada al servicio de un candidato para que no ganemos la elección”, señaló el ex líder obrero de 77 años.
La campaña se desarrolló en medio de acusaciones de corrupción entre ambos candidatos y el tono de los calificativos fue subiendo hasta el día de la elección, un hecho que ahora juega en contra luego de la culminación de la jornada electoral.
Luiz Inácio Lula da Silva ha dicho que buscará la reconciliación nacional para lograr un país más próspero, algo nada fácil en un contexto de polarización social y en medio de una inminente crisis económica producto de la desaceleración y el crecimiento de la inflación.
A los partidarios de Bolsonaro no les gustó el triunfo de Lula y tomaron las calles para llamar a su líder a tomar acciones y no permitir que Lula asuma el poder, mientras el aún presidente regateó el reconocimiento de su derrota, lo que abonó al encono y al rechazo de los resultados electorales.
El ejemplo de Brasil pone en alerta a las democracias latinoamericanas para no permitir que la polarización política determine el rumbo de las sociedades. En las democracias se gana y se pierde y ese debe ser el ánimo social, pues de lo contrario se corre el riesgo de deslegitimar el proceso democrático y provocar crisis de gobernabilidad.