Agencias/Ciudad de México.- Con la clausura de la Universidad Centroamericana (UCA) en Nicaragua, la dictadura de Daniel Ortega no solo acalla una voz incómoda. Apaga un faro que desde 1960 iluminó el pensamiento crítico y la conciencia social de generaciones en el país.

Más que un nombre, la UCA representaba una rica tradición que inspiró a miles de jóvenes a luchar por una Nicaragua mejor. Sus aulas fueron semillero de voces contra la opresión, refugio ante la represión y espacio de libertad intelectual único en el país.

Exalumnos recuerdan con añoranza una etapa dorada, cuando la poesía, el periodismo independiente y el compromiso social se respiraban en sus pasillos. Sacerdotes que brindaban cobijo, profesores que motivaban la acción y compañeros con que se soñaba un futuro de cambios.

Tras apoyar las protestas contra Ortega en 2018, la UCA se convirtió en una piedra en el zapato para el régimen. Su cierre es visto como revancha contra los religiosos que defendieron al pueblo, no al autócrata.

Con sus 8,000 estudiantes, el 70% becados de sectores marginales, la UCA era motor de movilidad social. Su luz se apaga ahora por confrontar la oscuridad de una dictadura. Pero su legado inspirará la lucha de muchos nicaragüenses por recuperar la democracia.

 

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