Agencias / InsurgentePress, Ciudad de México.- Para evaluar las probabilidades de existencia de vida en un planeta de otro sistema solar, es importante tener constancia de la edad de su estrella. Las jóvenes sufren unas emisiones frecuentes de radiación de alta energía conocidas como erupciones estelares, que pueden entorpecer la evolución geoquímica hacia un escenario favorable para el surgimiento de vida en las superficies de sus planetas.

Además, si estos están recién formados, sus órbitas podrían ser inestables, algo que también podría dificultar dicha evolución geoquímica en mundos que ya la tuvieran en marcha. Por otro lado, esta evolución geoquímica capaz de conducir hasta la aparición de vida requiere un tiempo lo bastante largo, que en el caso de un sistema solar muy joven no puede haber transcurrido aún.

Se ha obtenido ahora una buena estimación sobre la edad de uno de los sistemas planetarios más fascinantes descubiertos hasta la fecha, TRAPPIST-1, un sistema de siete mundos de tamaño parecido al de la Tierra orbitando alrededor de una estrella enana ultrafría a unos 40 años-luz de distancia de nosotros. Los autores de un nuevo estudio han llegado a la conclusión de que la estrella TRAPPIST-1 (y presumiblemente sus planetas) tiene entre 5.400 y 9.800 millones de años. Este sistema solar podría pues llegar a casi duplicar la edad del nuestro, que se formó hace 4.500 millones de años.

El descubrimiento de los siete mundos de TRAPPIST-1 fue presentado públicamente hace unos meses. Tres de los planetas de TRAPPIST-1 residen en la zona habitable, que es como se llama la franja orbital en la cual la distancia a una estrella es la justa para que el calor recibido de ella permita la existencia de agua líquida en la superficie de un mundo. En el caso del sistema solar de TRAPPIST-1, la estrella brilla bastante menos que el Sol, de modo que la zona habitable en torno a ella está mucho más cerca de lo que lo está la nuestra respecto al Sol. Esa gran cercanía de los planetas a su estrella ha hecho, según todos los indicios, que en cada uno su rotación se haya acabado por sincronizar con su traslación de un modo que impide la alternancia normal entre día y noche que existe en mundos como la Tierra. Esos siete planetas tienen una cara en la que siempre es de día, mientras que en la opuesta reina una noche perpetua.

Al momento de su descubrimiento, los científicos creían que el sistema TRAPPIST-1 debía tener al menos 500 millones de años, pero más allá de esta edad mínima, se desconocía por completo su antigüedad.

Los nuevos resultados obtenidos por el equipo de Adam Burgasser, de la Universidad de California en San Diego, Estados Unidos, y Eric Mamajek, de la NASA (agencia espacial estadounidense), ayudan a definir mejor cuál puede haber sido la evolución del sistema TRAPPIST-1.

La edad superior implica que la estrella tiene un brillo más estable que en su infancia, y concede el tiempo necesario para una evolución geoquímica que hubiera podido generar en alguno de los planetas las condiciones necesarias para la vida. Pero puede acarrear también algunos inconvenientes para esta.

Dado que los planetas están tan cerca de la estrella, han estado recibiendo radiación de alta energía durante miles de millones de años, lo cual podría haber provocado que sus atmósferas se hubieran ido perdiendo en el espacio así como también grandes cantidades de agua. De hecho, podría haberse evaporado de cada planeta de TRAPPIST-1 el equivalente de un océano terrestre, excepto en el caso de los dos más distantes respecto a su estrella anfitriona, los planetas g y h.

Sin embargo, una edad avanzada no significa necesariamente que la atmósfera de un planeta se haya perdido en el espacio. Dado que los planetas de TRAPPIST-1 poseen densidades inferiores a la de la Tierra, es posible que grandes depósitos de sustancias volátiles, como el agua (de baja densidad en comparación con otros materiales típicos del interior de los planetas rocosos como la Tierra), hayan producido atmósferas espesas que protegerían las superficies planetarias de la dañina radiación.

Una atmósfera espesa podría también ayudar a redistribuir el calor hacia los hemisferios nocturnos de estos planetas, incrementando el espacio habitable en cada mundo. Pero esto podría también producir un indeseado efecto invernadero desbocado, en el que la atmósfera se vuelve tan densa que la superficie del planeta se sobrecalienta, como ha ocurrido en Venus.

Fuente: NASA JPL.

Ilustración artística del posible aspecto del sistema TRAPPIST-1 visto desde un punto cercano al planeta TRAPPIST-1f (a la derecha). (Imagen: NASA/JPL-Caltech)
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